Boda en la India
El gran viaje de su vida fue a la India y Nepal, y creo que tuvo campanas de boda.
Sí, porque hasta allí me fui a casar por tercera vez. El segundo Dalai Lama, al saber que ya me había casado dos veces con el mismo hombre, quiso oficiar la tercera. Y allá me ves con mi sari, con el Dalai echándome arroz de un bol y unos tipos en el suelo tocando unas trompetas muy largas. Impresionante.
¿Les habló el Dalai del amor eterno?
No, pero en un momento dado me preguntó en inglés qué veía en su cara. Y yo voy y le suelto: pues que la tiene gordita, me recuerda a Juanito Valderrama. Y entonces me dijo: 'Ése es el gran problema que tienen ustedes, que opinan a la primera'. Desde entonces me lo pienso antes de abrir la boca.
Imagino que tras el sí quiero hubo recorrido turístico.
Claro. Fuimos a Agra, a visitar el Taj Mahal. Una locura. Es todo de mármol con piedras preciosas. Me contaron que lo mandó construir un rajá para su mujer, ya muerta. ¡Ya podía habérselo hecho en vida, así la mujer se habría tirado un año decorándolo!
En cuatro líneas, describa la India y sus habitantes.
La India es ruido de cláxones ensordecedor. Vacas muy flacas por las calles y gente llena de ternura y dignidad. Yo creo que cuanto más pobre eres más filósofo te vuelves, y ellos son sabios. ¿Sabes que lo primero que leí de niña fue a Rabindranath Tagore y me llegó muy hondo?
¿Leyó algún libro sobre la cultura hindú antes del viaje?
No, pero fui aprendiendo sobre la marcha. Por ejemplo, vi que muchos de ellos no quieren ser fotografiados, porque piensan que les robas el alma. Pues el fotógrafo que iba con nosotros no hizo caso y se llevó 28 golpes por el atrevimiento. Hay que respetar las costumbres de cada cultura, ¿verdad?
Verdad. Creo que tiene muchos recuerdos de allá.
Sí. Hay mucha influencia de la India en la decoración. De allí me traje tapices, objetos varios y, claro está, saris de colores maravillosos.
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