La gran aorta del horror
'LOS TAMBORES repicaban en las riberas del río. Los cuernos de guerra dejaban escuchar llamadas atroces en medio de la selva'. No es Marlow sino Stanley. Pero el lúgubre río es el mismo, el Congo, la gran aorta del horror hacia el corazón de las tinieblas. El legendario explorador venía en dirección contraria a la del personaje de Conrad, recorriendo la enorme pitón de agua desde su origen, el Lualaba y los lagos y junglas centroafricanos, hacia la desembocadura en el mar. Marlow observa el espanto, Stanley también, pero, además de experimentarlo, lo crea a su paso, como Kurtz. Marlow, Stanley, Kurtz, no son sino algunos de los muchos personajes relacionados con el río Congo y su increíble historia. Una historia que corre entre las selvas coloreadas de índigo entremezclada con las aguas fluviales como un licor amargo, oscuramente enriquecido con el poso de tantas cosas dolientes y muertas. Una historia espesada con el limo de las ambiciones, el salvajismo y las pesadillas.
El río Congo
Peter Forbath. Traducción de Esther Muñiz. Turner/Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2002. 488 páginas. 29 euros.
El río Congo no es el Nilo, ni el Níger, sino que posee, más allá de su fascinación matérica y en función de los espantos que se han espejeado en sus turbias aguas, una catadura moral. Un libro, una insólita biografía de ese río legendario, terrible, miasmático, con aliento de 'hipopótamo podrido', como decía Marlow, permite ahora navegarlo a través de su geografía y sus tragedias. Son, las de El río Congo, descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, de Peter Forbath, casi quinientas páginas muy recomendables para entender el horror exprimido en las poco más de cien de El corazón de las tinieblas. Forbath escribe estremecido por la misma sombra que Conrad -y con un formidable pulso literario-, pero ofreciendo una visión panorámica, científica, en la que el agua del Congo pasa por el tamiz de la historia para revelar todo lo que le imprime carácter.
Kurtz, vemos, no es sino un avatar, una destilación, de innumerables personajes y horrores, desde el mito nativo de fundación del reino del Kongo -un destripamiento- hasta el canibalismo moderno de los simbas y las barbaridades de los mercenarios, pasando por los negreros portugueses, los tratantes árabes, el alucinado masoquismo y la crueldad de los exploradores europeos, la rapacidad de los funcionarios de Leopoldo II y el sadismo enloquecido de sus cortadores de manos. Tanta corrupción y espanto que al inmenso río no le alcanza todo su caudal para limpiarse, ni toda su extensión para huir.
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