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Columna
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Bobalicones

Compré tabaco para dos días y pan de molde. Escribí y envié estas palabras antes de lo habitual. Cuando aparezcan publicadas, hoy, espero sentirme orgullosa de esta ciudad. O aliviada, simplemente. Todavía no puedo saberlo, pero espero que Madrid, ayer, pareciera menos que un domingo cuando bajas a por el periódico, y más, mucho más de lo que permiten la alienación y el miedo. Hablé con algunas personas que comentaban las amenazas de sus jefes. La huelga es un derecho que pertenece a los trabajadores y muchos de esos jefes hoy reaccionarios lucharon en su día por recoger ese derecho en la Constitución de 1978. Han cambiado. Sus intereses ya no son los de los inocentes, sino los de los poderosos. Seguro que a quienes se mantienen fieles a una cierta pureza los tachan de bobalicones.

'Si yo hubiera de presentarme como el corifeo en una imaginaria tragedia antigua, me acercaría al público y comenzaría así mi recitativo: 'Ante el sol, las nubes y las estrellas, puedo asegurar que mis padres me hicieron inocente', apuntó la escritora catalana Mercè Rodoreda. Allá por los años 60 ó 70, un crítico literario había tachado de bobalicones a sus personajes. Lo contó el poeta Alfonso Alegre Heitzmann, responsable de la exquisita e incierta revista La Rosa Cúbica, en la inauguración de la exposición que Círculo de Lectores / Cercle de Lectors ha presentado con las ilustraciones del pintor Ràfols-Casamada para sus ediciones de las obras de Mercè Rodoreda y de Carmen Laforet. 'He cultivado, desde hace muchos años -y esto es una forma de inocencia-, una especie de pureza -que en el fondo debe de querer decir ser uno mismo-, (...) la admiración por las cosas que me hacen bien: por el quieto poder de las flores que me procuran momentos inefables, por la lenta paciencia de las piedras preciosas, máxima pureza de la tierra, por los grandes abismos de este cielo tan cercano y tan lejano a un tiempo, donde brillan y tiemblan todas las constelaciones (...) La inocencia, porque se aviene con una parte importante de mi temperamento, me desarma y me enamora. Los personajes literarios inocentes despiertan toda mi ternura, me hacen sentir bien a su costado, son mis mejores amigos', se explicaba Mercè.

Estas orientalistas aspiraciones de Rodoreda, que además fue pintora, inspiran también las deliciosas ilustraciones de Ràfols-Casamada, que además es poeta. No hay nada más bobalicón que un artista: se detiene en la observación de un zapato (todo cuanto contiene un zapato descalzo), espía a través de una ventana (¿espía hacia adentro o espía hacia afuera?), contempla la lluvia (tan anímico dejà vu), desmenuza interiores ('Qué lamentable es mi conocimiento de mí mismo comparado con mi conocimiento de mi cuarto', dice Kafka). Los artistas acaban por leer a Lao-Tse ('Cuando todos dicen que una cosa es bella, es cuando sobreviene la fealdad'), porque saben, como Ràfols-Casamada, que 'la belleza no es nunca un objetivo'. Y así acaban por verla, los muy bobalicones. Son unos inocentes. Y se emocionan, como la Rodoreda, con los héroes menores de los cuentos de Hemingway, con los sirvientes negros de las novelas de Faulkner, con las novias preñadas que buscan el amor en un obrero. Con semejante bobalicona inocencia, tan propia también de los adolescentes, nos iluminábamos en aquellos años con La plaza del Diamante o La calle de las Camelias, de Rodoreda, y con Nada, de Carmen Laforet. Eran novelas que nos pasaban, en los ratos que les dejaba libres su activismo político, los mejores padres, los profesores más cómplices, para que aprendiéramos a compadecernos de los otros y a apreciar la belleza en 'los lazos de vida pequeña', como los llamó Carmen Martín Gaite, para que nos desarmaran y nos enamoraran los inocentes, para hacer de nosotros dignos bobalicones. Yo soy bobalicona. Se lo debo, en parte, a algunos de los actuales jefes amenazadores. Me enseñaron a leer, a defender a los débiles, a admirar las delicias de un dibujo, a mirar a través de las ventanas, a desmenuzar la memoria, a protestar, a ir a la huelga. Por eso espero que, ayer, Madrid fuera una huelga general contra los que aplastan a los débiles, contra los que roban también a los inocentes su derecho al arte y a la literatura en las escuelas. ¡Salud, bobalicones!

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