Fiesta mayor
Cualquiera que haya sido el resultado de la huelga de ayer -imposible de predecir a la hora de redactar estas líneas- Alicante se habrá olvidado hoy de ello para vivir las fiestas de San Juan con un vigor y una alegría que no encontraremos en la ciudad en ninguna otra época del año.
El alicantino, por lo común apático y apagado, se transforma llegados estos días y, sin atender a las incomodidades que provocan el tráfico y el calor sofocante, se lanza a la calle con una voluntad que no volverá a repetirse hasta dentro de 365 días. Y es que, aunque Alicante haya dejado de ser aquella población de escasos habitantes de cincuenta años atrás, las Hogueras conservan algo del carácter de fiesta mayor que por entonces tenían.
Esta tarde, a medida que las noticias del fallo del jurado que premia a las mejores hogueras vayan llegando a los barrios y a las sedes de las comisiones, se sucederán los gritos de júbilo, los sofocos, las discusiones interminables que acompañan en cada ejercicio la concesión de estas distinciones, sobre las que gira buena parte de la pasión que la fiesta despierta. Porque las Hogueras, que algunas personas critican y que, incluso, tildan de insoportables, resultan para muchas más un espectáculo apasionante, que viven con intensidad.
Con la polémica sobre los premios, volveremos a escuchar a quienes lamentan que las hogueras carezcan hoy de la intención crítica que, según ellos, poseyeron tiempo atrás. Es una queja que oímos repetida cada año. Muchas veces, me he preguntado dónde estarían esas hogueras tan críticas con la sociedad. En medio siglo de vida, jamás he llegado a verlas.
Por mucho que me esfuerzo, mis recuerdos son de unas hogueras de censura amable, blanda, difusa, que rara vez superaba los límites de lo convencional. Es decir, lo ordinario en cualquier fiesta medianamente reglada como es ésta. Esa idea de una edad de oro de las Hogueras, se instaló hace tiempo en el subconsciente del alicantino y se transmite de generación en generación. Pero, yo, sinceramente, dudo que alguna vez hayan existido.
En cualquier caso, que las Hogueras hayan perdido su tono crítico o que éste no haya existido jamás no es una cuestión relevante. Desde luego, nunca he creído que la misión de las hogueras fuera hacer una crítica de la sociedad. Su función, en todo caso, y más allá de la diversión necesaria que proporcionan, ha sido procurar el engrudo que toda colectividad precisa para sentirse medianamente cohesionada. En este sentido, las Hogueras de San Juan han desempeñado un papel fundamental en la vida de Alicante.
Una ciudad de aluvión como es la nuestra, no podría explicarse sin su existencia. Gracias a ellas, miles de personas recién establecidas en la ciudad encontraron el modo de no sentirse forasteros. La pujanza que la fiesta ha alcanzado en los barrios habitados por los inmigrantes, explica mucho mejor que cualquier disquisición sociológica la relevancia de las Hogueras de San Juan.
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