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La ciudad parada

Grupos de trabajadores lograron detener la actividad de muchos bancos y bares del centro de Barcelona

Barcelona amaneció ayer con tímidas señales de huelga, que se hicieron más evidentes con el paso de las horas y la acción disuasiva de los piquetes, hasta que, al mediodía, se convirtió en una ciudad parada. Piquetes reducidos aguardaban desde temprano a la entrada de las principales entidades bancarias. La acción disuasiva fue de corto alcance, ya que pocos empleados acudieron a sus oficinas y aquellos que estaban dispuestos a trabajar no cedieron a la presión sindical.

No se registraron incidentes graves, aunque un fotógrafo de EL PAÍS fue agredido por un policía antidisturbios frente al Banco Central Hispano en el Paseo de Gràcia.

Hacia media mañana, los piquetes partieron desde la plaza de Catalunya hacia los alrededores y, con bombos y silbatos, con banderas y pancartas, recorrieron las calles para inducir a los comerciantes que habían abierto sus negocios a que se adhirieran a la huelga general.

Paradójicamente, hubo empleados que se alegraron de la llegada de los piquetes, como un camarero de un bar que, nada más verles, comenzó a lanzar consignas a favor de la huelga. 'Por fin habéis llegado', les decía, mientras los clientes salían asombrados del establecimiento que, acto seguido, bajó la persiana. A otros, la presión de los piquetes no les hizo tanta gracia, ya que pretendían trabajar a pesar de la convocatoria del paro, pero no tuvieron más remedio que cerrar. Uno de los piquetes rompió los cristales de la oficina de Caixa Catalunya en la plaza de la Catedral.

Hubo comercios que mantuvieron las persianas medio bajadas y según la presencia o no de los piquetes, optaban por atender al público o simular que secundaban la huelga. Por todo ello, la impresión a media mañana era que el corazón de la ciudad estaba parado. Incluso el mercado de la Boqueria se sumó por primera vez a una convocatoria de esta naturaleza.

Como de costumbre, el Corte Inglés de la plaza de Catalunya estuvo en la mira de los sindicalistas. Centenares de huelguistas, jóvenes y curiosos se agolparon a las puertas del centro para abuchear a los directivos y empleados, por mantener el establecimiento abierto, y a los policías que blindaban la entrada. La presencia policial se fue incrementando a medida que el ambiente se tensaba. Pese a la treintena de efectivos apiñados en las tres puertas del centro, las vidrieras del establecimiento quedaron repletas de pegatinas y pintadas con aerosol a favor de la huelga.

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