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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Vascos adosados

La manifestación del sábado en Bilbao fue silenciosa y elocuente. Silenciosa en su lema, voluptuoso e irreal: 'Todas las ideas, todos los proyectos, todas las personas'. Y en su comunicado final, que silenciaba la falta de libertad -no futura, sino actual- de los vascos disidentes del nacionalismo. Pero también fue elocuente en la alegría de Otegi al dar las gracias a todos los nacionalistas, que se habían manifestado dispuestos a cerrar filas para que ellos no sufran los rigores de la clandestinidad. Novecientos asesinados después, esta comunidad nacionalista rebosa de 'espíritus bonitos'. Gente que mira desde tan alto, que les resulta por completo irrelevante la relación de los extremistas con el terror ejercido sobre los no nacionalistas. Almas exquisitas dotadas de una elegante discreción que les impide hablar en alto sobre la espesa sombra social en la que debemos desenvolvernos los vascos que no comulgamos con su proyecto.

Novecientos muertos después, esta comunidad rebosa de 'espiritus bonitos'

Pero lo que callaron los manifestantes lo había dicho Arzalluz alto y claro unas pocas horas antes. Dijo que los nacionalistas, todos juntos, deben moverse hacia la independencia. A la Independencia partiendo de la calle Autonomía.

Yo creía que el camino de la Autonomía lo habíamos pactado nacionalistas y constitucionalistas para construir una sociedad en la que unos y otros pudiésemos vivir juntos. Todos debíamos ceder a cambio de la estabilidad de un proyecto común que beneficiaría a todos. En realidad el proyecto iba a beneficiar a unos mucho más que a otros. Porque para que el sacrificio de los nacionalistas se les hiciese más llevadero, no dejamos de ceder durante veinte años. Hasta que tras de tanto tiempo detentando el poder simbólico y real, un día ellos decidieron cambiar de compañeros de viaje. Abandonar el camino pactado de la Autonomía y emprender -sí pero no y no pero sí- con los terroristas el camino que conduce inexorablemente al abismo.

¿Por qué al abismo? Porque la independencia (o la autodeterminación o cualquier otro eufemismo que le sustituya) es un pacto con el diablo. Es el pacto de la mitad de la sociedad con un grupo de asesinos despiadados que buscan el poder absoluto y la eliminación de cualquiera que en cada momento se convierta en obstáculo a sus planes.

Creo que aún no he contado lo que dijo Mefistófeles a Arzalluz el día en que se le presentó. Estas pudieron ser sus palabras: 'Xabier, tú eres Moisés, el que ha puesto en pie a tu pueblo, le ha arrancado de la esclavitud, y conducido en la marcha hacia las tierras que manan leche y miel. Tú ya estás al final y no llegarás a ver la tierra prometida, pero aún puedes hacer el milagro que dará a tu pueblo la independencia y a ti mismo la inmortalidad'.

Y Mefisto hizo ver a nuestro hombre que los terroristas eran jóvenes descarriados, dispuestos a volver a la casa del padre, enterrar las armas y junto a sus hermanos avanzar, avanzar y avanzar pacífica e inconteniblemente hacia una Euskalherria poblada sólo por abertzales.

Resulta sorprendente que un político experimentado pueda perder hasta tal punto el sentido común. Pero sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor para comprobar que la vanidad puede hacer más estragos entre los ancianos que el Alzheimer. Sin embargo, mucho peor es lo que sucede a la mitad de la sociedad vasca, que parece dispuesta a arrojar por la borda las instituciones que le aseguran su bienestar real, para compartir un delirio de poder que sólo podría sustentarse en el terror.

Los constitucionalistas vascos vivimos en un adosado, compartiendo con los nacionalistas todos los muros de carga del edificio. Y ahora nuestros vecinos parecen dispuestos a rasgarnos la estructura sin importarles demasiado que la casa se venga abajo. Como el sábado pasado ocuparon una calle, se creen con derecho a ocupar ya todo el país. Que no es suyo, porque es suyo tanto como de los demás, aunque los demás no pensemos como ellos, aunque no sintamos esas cosas sagradas que ellos sienten cuando se reúnen en un Eguna. Que, para ellos, todos los días son Egunas.

Lo que llaman independencia, traducido al castellano significa que se quedan con lo suyo y con lo del vecino. Sin violencia, claro. Ellos sólo ocuparán nuestra parte de la casa cuando nos hayamos ido buenamente o -ley de vida- nos vayamos muriendo, algunos con ayuda. Que para animarnos a movernos o a palmarla, en todo caso a desistir, ya están sus hermanos descarriados, que siguen tan descarriados como siempre, a pesar o gracias al pacto de Lizarra. Aquel pacto que, según ellos, nunca existió.

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