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Columna
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Doble patria

El partido entre Estados Unidos y México puso en una situación incómoda a los locutores encargados de retransmitirlo para las cadenas hispanohablantes de Norteamérica. En una de sus estupendas crónicas desde Corea, Ricard Torquemada entrevistó a un locutor americano de origen catalán, Sergi Verdú, que confesó haber tenido que hacer equilibrios para satisfacer por un lado a la empresa que le contrata, norteamericana, y, al mismo tiempo, a la numerosa audiencia mexicana que estaba a la escucha.

Que bajo una misma bandera estén representadas poblaciones de origen diverso está creando curiosas mutaciones en el otrora monolítico sentimiento patriótico. Los mexicanos que llevan años en Estados Unidos confiesan su entusiasmo por los colores de México, pero tampoco ven con malos ojos que gane su país de adopción: Estados Unidos. Tienen, pues, una patria titular y otra suplente.

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Durante el partido inaugural ocurrió algo parecido. Los miles de senegaleses con nacionalidad francesa deseaban que ganase Senegal, pero, una vez eliminada Francia, son muchos los franceses que, con un opinable oportunismo, se han apuntado a animar a los africanos como un equipo con el que tienen mucho en común.

En España, en cambio, las duplicidades tienen que ver con el chapucero mapa autonómico hijo de un café para todos que, hasta la fecha, se ha convertido en el mal menor con el que ir pasando la maroma.

En Cataluña, por ejemplo, existe un vivo debate sobre si deben o no celebrarse las victorias de la selección española. Algunos confiesan que les alegra que el equipo de Camacho pierda. En según qué círculos esta tendencia es auténtica y totalmente legítima, pero también tiene una onda expansiva que induce a otros a declararse antiselección española sin serlo, sólo para no desentonar con una postura con muchos adeptos.

Pero, echando un vistazo general, se detecta una ingente cantidad de personas que, al mismo tiempo que ven con buenos ojos la existencia de una selección catalana propia, aplauden y vibran con la selección española, una curiosa forma de esquizofrenia-ni-chicha-ni-limoná futbolística o de promiscuidad doblemente estimulante, pero tan real como que los jugadores de la española también lo son de la catalana.

Los movimientos migratorios y el autonomismo, pues, provocan una situación nueva: la duplicidad de fidelidades que es, en sí misma, una negación de la fidelidad. Y lo curioso es que, con independencia de lo que debería ser lógico, se puede querer a dos selecciones a la vez sin estar loco incluso cuando ambas son, en teoría, incompatibles.

Otros, en cambio, ven en el Mundial la posibilidad de dejar al margen las preferencias patrióticas para centrarse únicamente en la calidad del fútbol que se practica. Pero, tras declarar que su única patria es el fútbol y viendo lo previsible que es el juego, descubren que sin estos elementos de identificación más o menos patrióticos el Mundial pierde mucho.

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