Cuando Roma ya no está en Roma
Las legislativas francesas han devuelto la armonía a las esferas de la mecánica celestial y el orden del universo se ha impuesto de nuevo; tras el mal sueño de Le Pen, la V República se ha salvado y ya podemos pensar en otra cosa. ¿O no?
Con ocasión de las presidenciales de hace un mes, el director de la Redacción de Le Monde, Edwy Plenel, dijo que lo que vivía Francia era 'una crisis de sistema'. Se refería, con ello, al voto xenófobo que había llevado a Jean-Marie Le Pen a disputar la jefatura del Estado al presidente Jacques Chirac. ¿Pero acaso se equivocaba y la crisis era sólo un espejismo?
Aunque fuera con un fardo de sufragios prestados, la opción correcta ganó entonces por goleada, y ahora, en esta tercera vuelta definitiva, la derecha, unida en una gran carpa llamada Unión para la Mayoría Presidencial, ha arrasado, poniendo fin a la cohabitación de una primera magistratura de derechas con un Gobierno de izquierdas. Aún mejor, el Frente Nacional no ha sacado ni un escaño, con lo que se han conjurado todos los demonios y cabalga de nuevo una gaseosa doctrina republicana que nadie sabe en qué consiste.
Hay, sin embargo, novedades que hacen pensar que, como escribía Gabriel Marcel, 'Roma ya no está en Roma'.
Lo significativo en primera instancia es el giro hacia las provincias. No se trata sólo una moda que haya llevado a Jean-Pierre Raffarin, un amable y efectivo capataz de la región, a la presidencia del Consejo, puesto que no es Raffarin quien acarrea consigo a la Francia profunda, sino la Francia del embutido y vino del país la que arrastra a Raffarin, como tan bien Chirac ha comprendido. Y se trata de un viraje muy notable porque apunta a un cambio cualitativo en la representación política francesa. El elegido se comporta hoy no como el jacobino que hasta ahora se congregaba en París para legislar con ciego e imparcial centralismo sobre toda Francia, sino como el enviado de cada retícula del país interior a un foro ya sólo central por razón de conveniencia. ¿Será Francia un Estado plurinacional y no nos habíamos dado cuenta?
Y segundo y principal, el presunto fracaso del FN. Ese mismo acercamiento a las raíces, el descubrimiento de un nuevo mapa de Francia hecho de banlieus en rebeldía, ciudades-dormitorio atestadas, inseguridad ciudadana y gobierno a ras de ciudadano, es el mayor tributo a Le Pen. El país político adopta para combatirle la propia estética del enemigo: una nueva campechanía del poder, un hablar en directo con el terroir, y, en su día, las medidas precisas para contener la desnacionalización -o hay que decir ¿desregionalización?- del país que podría provocar la invasión de otro color.
El FN ha fracasado porque el sufragio que pone al sistema en crisis tiene cara y no siglas. El francés que en mayo votaba a Le Pen no es fascista, ni partidario de un programa abstracto, sino de un tranquilizante. Aparte de que el sistema mayoritario aniquila a las minorías no suficientemente concentradas en el mapa o carentes de aliados, una larga fracción de votantes de Le Pen es una force de frappe que en las legislativas votaba más utilidad que contra el sistema; en realidad, lo hacía incluso a favor del sistema, pero a éste le da vergüenza reconocerlo. Por eso el domingo votó a la derecha bien peinada para castigar a una izquierda burocrática y distante.
El triunfo de Le Pen, por ahora sólo visible en dosis homeopáticas, está por llegar. Y puede darse cuando, pasados unos años, las propuestas del FN de limitación extrema de la inmigración y de caza al ilegal se hayan convertido en el núcleo básico del programa de la derecha en toda Europa. La respetabilización del lepenismo sin Le Pen, aunque eliminando sus aspectos más inicuos como el antisemitismo y los campos de concentración, será su mejor victoria. Y la regionalización de Francia, tampoco intrínsecamente perversa, elimina otra barrera para que hoy Roma ya no esté en Roma.
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