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Conflicto de intereses

Cuando empecé a dedicarme a la ética de los negocios, pensé que los temas se acabarían muy pronto. Pero, por suerte para mí o por desgracia para la sociedad, no faltan asuntos que llevarse a la pluma.

La noticia, de hace sólo unos días, es que Merrill Lynch, un gran banco de inversiones, había llegado a un acuerdo con el fiscal general de Nueva York por el cual la empresa se comprometía a pagar 100 millones de dólares para que le levantasen los cargos que pesaban sobre ella. El fiscal acusaba al banco de haber ofrecido un asesoramiento incorrecto a sus clientes, recomendándoles comprar valores que valían muy poco.

'Bueno', aclara el lector. 'Es muy difícil decidir si las acciones de tal o cual empresa valen mucho o poco...'.

Denunciados bancos norteamericanos que aconsejaban valores que ellos mismos calificaban de 'trozos de basura'

Sí, ya lo sé. Pero el problema no está en que los analistas se equivocasen. El fiscal publicó e-mail internos, en los que los analistas decían de las acciones de una empresa que eran 'un trozo de basura', al tiempo que estaban recomendando a sus clientes que las comprasen.

El problema está en que ésta parece ser una práctica frecuente en el sector. De hecho, el fiscal de Nueva York tiene abiertas causas parecidas contra otros intermediarios financieros por problemas similares. Sirva esto de descargo para Merrill Lynch, aunque el que una práctica sea generalizada no quiere decir que, por ello, sea correcta.

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El caso se suele discutir dentro de la categoría del conflicto de intereses. Los analistas son personas importantes en estas entidades porque son los que explican si una empresa ganará más o menos dinero, si sus valores tendrán más o menos éxito y, por tanto, si conviene comprar o vender sus acciones. Pero los analistas son caros, y los clientes no tienen interés en pagar grandes cantidades por el consejo de vender tales acciones o comprar tales otros. ¿Qué hacer?

La solución que los analistas participen en otra actividad de este tipo de empresas: la banca de inversión. Los clientes de este negocio suelen ser grandes organizaciones que planean, por ejemplo, una emisión de acciones. El banco de inversión les asesora sobre la oportunidad de la operación, las características de los títulos y el precio de salida, contando para ello con el asesoramiento de los analistas. Además, el banco de inversión se encarga de colocar las acciones emitidas entre sus clientes inversores y entre el público en general, contando de nuevo con las recomendaciones de los analistas.

Al banco de inversiones le interesa, pues, que esa gran empresa que quiere hacer una emisión de acciones pida su asesoramiento, cuente con sus servicios y le pague sus multimillonarias comisiones. Pero esto no ocurrirá si el analista del banco de inversiones no recomienda a los inversores que compren esas acciones. Al analista le convendrá hacerlo, porque una parte importante de su remuneración viene de aquellas comisiones. Lo que no queda garantizado es que la recomendación del analista sea la que conviene al inversor que quiere saber si merece la pena o no comprar las acciones de aquella empresa.

Los bancos de inversión americanos se enfrentan ahora con las denuncias de clientes, que siguieron el consejo de sus analistas y compraron aquellas acciones que los mismos analistas calificaban de basura. Es lógico que se sientan estafados por unos analistas que actuaron de manera incorrecta, simplemente para contentar a otros clientes que les proporcionaban cuantiosos ingresos.

Lo que más me llama la atención de este caso es la falta de profesionalidad de esos analistas -un problema que, por lo que parece, no se ha dado a este lado del Atlántico, quizá porque en Europa tenemos unos estándares morales que se fijan menos en lo que la ley prohíbe o permite, y más en los valores de las personas y en la excelencia de una profesión. A la hora de la verdad, la ética no es la guinda que completa el pastel de una buena empresa, sino uno de sus ingredientes más importantes.

'Pero', me pregunta el lector, '¿qué habrías hecho tú en la disyuntiva de dorar la píldora a un cliente que te rinde poco, para retener a otro que te rinde mucho más?'.

No hay disyuntiva. El primer día en que un analista actuó de esta manera pensó que hacía un buen negocio. Ahora, al cabo de los años, se encuentra con un banco desprestigiado -y devaluado en la bolsa-, una multa importante, el buen nombre del analista -y, lamentablemente, también de sus colegas- por los suelos y las agencias reguladoras tratando de meter sus narices en el sector. ¿Era, de verdad, un buen negocio?

El caso acabará en nuevas regulaciones sobre el sector. No digo que no hagan falta. Pero me gustaría más que los socios europeos de los bancos de inversión multinacionales explicasen a sus colegas americanos que ser ético es algo más que cumplir la ley.

Antonio Argandoña es profesor de economía en el IESE.

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