Cuatro de cada diez votantes dan la espalda a las urnas
Durante años se ha dicho que el partido más numeroso de Francia era el de los ex comunistas. Ya no es cierto. El de los abstencionistas, que ronda el 40%, le ha arrebatado el liderato del desengaño y de la mayoría. Y es un desastre con futuro, puesto que el 58% de los jóvenes entre 18 y 24 años no han acudido a las urnas. ¿Por qué? Las razones son múltiples, pero entre ellas ocupa un lugar principal el que la frontera entre la derecha y la izquierda no sea clara. Las sucesivas cohabitaciones han parecido igualar las propuestas políticas de unos y otros, la tendencia -manifestada por los dos bandos- a justificar la impotencia de los dirigentes ante el peso de la economía y el olvido de los ciudadanos en situación más precaria -parados, sin estudios, inmigrados, etc.- han ido privando de interés una confrontación política entre izquierda y derecha que los populismos denuncian como un combate trucado.
La segunda vuelta de las presidenciales, el cara a cara electoral entre Chirac y el ultraderechista Le Pen, logró sacar de la apatía al electorado, dejó el abstencionismo en un razonable 19,8%, pero ayer la motivación para depositar la papeleta en la urna se había evaporado. Le Pen es un espantajo que permite sentirse antifascista sin riesgo, un espantajo agitado -por derecha e izquierda- que sirve para simplificar el debate político y devolverlo al terreno de la lucha heroica.
Estas legislativas de 2002, tras la derrota apabullante de Le Pen en las presidenciales, no podían satisfacer el anhelo de gesta de quien, para ir a votar, necesita creer que él contribuye a cerrarle el paso al fascismo. Y el debate sobre las verdaderas cuestiones en litigio no se ha producido porque parecía muy complejo a los electores, a los medios de comunicación y, sobre todo, al Gobierno de Raffarin, que ha acudido a las urnas amparándose en la indefinición y la fraseología vacía y evitando toda discusión.
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