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Mundial 2002 | España se clasifica para cuartos de final
Columna
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Epopeya

Uno ha visto muchos partidos titánicos -sobre todo de rugby-, pero pocas veces una lucha de dimensiones tan épicas como la de ayer. Bien es verdad que estos días los expertos han venido insistiendo sobre el profundo cambio operado en el juego irlandés desde los tiempos no lejanos en que los verdes se distinguían más por 'su estilo tosco, directo y falto de agilidad' (Clemente) que por su sutileza. Pero creo que nadie podría haber previsto un performance tan cabal como el que nos acaban de ofrecer los hombres de Mick McCarthy.

¡Qué partido, Dios mío! Entre vaivén y vaivén, vertiginosos, es difícil evitar la sensación de estar presenciando el drama de la vida misma, con sus bruscos cambios de suerte, sus decepciones y sus euforias, su necesidad de fe, sus repentinos destellos de esperanza.

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¡Ireland, Ireland!

Cuando, a los ocho minutos, la rueda de la fortuna giró primero a favor de España con el fabuloso centro del melenudo Puyol, magistralmente rematado por Morientes, pensé que los del Erin se iban a desmoralizar. En absoluto. Redoblaron sus esfuerzos. No decayó un segundo su ánimo. Y pronto pudimos comprobar que era verdad y que esta Irlanda no tenía nada que ver con la anterior. Al parar Casillas aquel penalti que pudo haber igualado las suertes mucho antes, parecía posible otra vez el desánimo. Pero tampoco. Luego vino in extremis el empate. Y a partir de aquel momento, con Duff creando problema tras problema para España, con la animadora incorporación del alto y veterano Quinn -el de la cabeza peligrosa-, el partido podría haber ido decisivamente a favor de los isleños (¿no es proverbial además, 'la suerte de los irlandeses'?) pero no fue así. Qué triste que después de tan fantástica y forzuda prórroga, todo tuvo que ser resuelto con una tanda de penaltis, nunca una manera satisfactoria de decidir un partido y mucho menos un gran partido.

Uno, nacido al fin y al cabo en Dublín, vivió el partido con el corazón en un puño. Inolvidable. Entre tantas jugadas de gran belleza -y tantos casi goles- el moreno Raúl, con la rapidez y la inteligencia de un lince, ibérico por supuesto, y el susodicho Duff, rubio y veloz arquetipo celta, le quedarán a este espectador especialmente grabados en la memoria.

Homérico encuentro mantenido a un ritmo que parecía humanamente imposible. Dos equipos que en cada momento dieron absolutamente todo de sí, y ello sin apenas un incidente desagradable. Pese a la inevitable decepción, los irlandeses pueden sentirse orgullosos. En cuanto a la excelente selección de Camacho, ya veremos qué pasa en los cuartos.

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