En el amanecer del silencio
La segunda novela del narrador y poeta extremeño Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968) reúne tres novelas cortas. Es verdad que cada una de ellas tiene un asunto distinto, pero no hay que recorrer mucho camino para ver en ellas una misma filosofía de la escritura. Si los lectores han leído su novela anterior, Lo improbable (Debate), esto que apunto les quedará corroborado. Julián Rodríguez ha construido, con sólo dos títulos, una sólida poética de la narración. No se trata de tener una idea argumental y plasmarla con la escritura más a mano en ese momento. Se trata de algo más serio, comprometido y gratificante. Se trata de crear un mundo donde los seres humanos que lo pueblan se manifiestan de acuerdo a unos códigos de comunicación e interrelación extremadamente sobrios. Es lo que podría llamarse el laconismo de los afectos. La escritura de Julián Rodríguez ni pone ni quita nada que la naturaleza de sus personajes, ni la naturaleza del mundo físico en que reparten sus residencias, ni la naturaleza emocional con la que definen sus lazos afectivos exija exactamente. La austeridad de su estilo verbal es precisamente la que ilumina todas las zonas de las tres novelas en donde muchas cosas no se verbalizan.
LA SOMBRA Y LA PENUMBRA
Julián Rodríguez Debate. Madrid, 2002 144 páginas. 12,35 euros
Cavar, Palabras y Máscaras se titulan las tres novelas. En cada una de ellas alguien narra o es narrado desde el paisaje de un destino irreversible. En donde es más vívida esta sensación es en la primera narración; hay que esperar hasta el párrafo final para asistir a una conclusión que ya estaba prefigurada en la primera página. En las dos restantes, los destinos de sus narradores se van consumando a caballo entre el pueblo y la ciudad, entre la casa paterna y las residencias urbanas, entre el amor profundo y su incapacidad para expresarlo. Ya lo dije al principio. Son tres novelas con tres asuntos distintos. Pero a su vez las tres se deben leer como una sola narración, porque en las tres confluyen la misma impotencia y la misma tristeza para salir del mar de sombras al que fueron arrojados. Habría que volver a las primeras novelas de Alejandro Gándara, sobre todo a La sombra del arquero, a algunas novelas cortas de Juan Carlos Onetti, para encontrar un sentido de la escritura tan encarnada en la resignación y la pena. Me referí a un argumento circular en la primera novela corta. Y hay también un dibujo circular en la construcción de las tres leídas en perspectiva. La sombra y la penumbra es un libro concebido para expresar lo inexpresable. En esta imposibilidad estriba su belleza. Su construcción por momentos enunciativa colabora a hacer más radical su despojamiento formal. Julián Rodríguez defiende con trazo maestro su poética de lo indirecto, única manera de representar a veces una orgullosa y callada indefensión humana.
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