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Columna
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España, dales caña

Dieron un brinco de alegría Daoiz y Velarde en las zonas del cielo asignadas a las comunidades autónomas de Andalucía y Cantabria, de las que ellos son respectivamente oriundos, cuando el árbitro pitó el final del Suráfrica-España. Nuestra selección había ganado por 2-3 y, por fortuna, al ser ya la primera del Grupo B, se libraba de tener que enfrentarse a Alemania, líder del E, que ya es una, grande y libre y, en consecuencia, una potencia futbolística temible. En sus áreas respectivas del cielo, nuestros héroes de la guerra de la Independencia contra Napoleón celebraron además la, para ellos, anheladísima eliminación de Francia y ensalzaron el fervoroso gesto de Radebe, el jugador surafricano que se santiguó tras meter el segundo gol de su selección a España.

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Un grato antecedente

Nuestra selección se enfrentará, pues, a Irlanda, que, como buena hija de san Patricio, vende muy caras sus derrotas. Los cronistas deportivos dicen que el patadón y el bombeo del balón, en los que los irlandeses basan su fútbol, lo han heredado de los ingleses. Sin duda, así es: los ingleses siempre nos caerán simpáticos porque juegan al ataque aunque tienen excesiva prisa por llegar al área. Los irlandeses han heredado de la protestante Albión este tipo de fútbol franciscanamente rural, pero también su fe vaticana ha sido determinante para multiplicar por cien esta tendencia. Cuando un país cree en Dios con el frenesí católico con el que se cree en Irlanda, está claro que sólo se puede esperar de él un fútbol platónicamente aéreo. Los irlandeses, a juzgar por esas leyes bárbaras con las que todavía se gobiernan -el Gobierno lucha por penalizar más el aborto-, cuando chutan un balón, lo mismo que la cabra tira al Everest, ellos apuntan hacia el cielo, que es, claro, el destino de los católicos. Para un equipo así, incrustar el balón en las nubes es el equivalente triunfal de, para los brasileños, meter gol..., que, ay, no se puede materializar si el balón se eleva por encima de los rastreros 2,44 metros que van del borde inferior de los postes laterales al larguero.

Mick McCarthy, el entrenador irlandés, se desgañita con los jugadores diciéndoles que echen más el balón al suelo y que jueguen por las bandas, pero no le hacen caso. McCarthy lo tiene muy difícil: en Irlanda las carreteras mejoran de día en día y, si con baches la fe católica no se desarraigó, ya sin baches esa fe no hay quien la desarraigue. Todos hemos tenido esa experiencia: en cuanto, en un bache, un coche pega un bote rumbo al cielo, le cogemos tal gusto a la tierra que, instantáneamente, perdemos el interés por lo que pueda haber allá arriba. Pero los irlandeses, no.

Los jugadores de España, ante Irlanda, deben salir con un ejemplar del Ulises, de Joyce, bajo el brazo. El partido se juega el 16 de junio, cuando en Dublín se celebra el Bloomsday. Las blasfemias del Ulises les sacarán de quicio a los irlandeses. Hay que desequilibrarlos también psicológicamente como tan sabiamente hacía el gran Hugo Sánchez con los porteros. Esto es lo que los ingleses llaman fair play.

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