Miñarro, la raza de un novillero
Público amable, presidencia amable y novillos todavía más amables, para una terna de principiantes que en el mejor de los casos hicieron lo que pudieron. Los tres novilleros tuvieron material para lucirse, pues la novillada de Jiménez Indarte tuvo nobleza, dejó estar y su único pecado fue la falta de fuerzas.
Los tres novilleros jugaron sus cartas en función de sus cualidades. El Ciento echó mano de su oficio. Puso en práctica sus buenas formas, aunque no acabó de rematar con el gran primero. En el cuarto porfió de cerca para arrancar muletazos de buen concepto, pero perdían consistencia por las condiciones del novillo.
Joaquín Mompó puso las notas de calidad en el quinto, aunque todo fuera muy salpicado, sin continuidad. La faena a ese novillo tuvo tanta falta de unidad como momentos de torero caro. Fueron chispazos muy toreros dentro de un conjunto sin ligar. Con su primero no alcanzó relieve ante la invalidez del novillo.
Indarte / El Ciento, Mompó, Miñarro
Novillos de Jiménez Indarte, bien presentados, nobles pero con muy poca fuerza. El 3º saltó como sobrero. El Ciento: oreja; aviso y saludos. Joaquín Mompó: saludos; aviso y vuelta. José Luis Miñarro: oreja en los dos. Plaza de toros de Valencia, 13 de junio, 1ª de la feria de novilladas. Un cuarto de entrada.
José Luis Miñarro, el más tierno de los tres, empleó el coraje como su principal recurso. Jugó la baza de la decisión y le salió redondo. Lo suyo fue querer y poder. Su primera faena tuvo un principio de calidad, con muletazos largos, para diluirse después. Con el sexto se vació desde el primer momento y se empleó en novillero-novillero. La faena tuvo mérito y el espadazo final le abrió la puerta grande. Además, Miñarro se empleó toda la tarde muy variado con el capote. Un dato a tener en cuenta: los tres novilleros manejaron muy bien la capa, sobre todo El Ciento en el novillo que abrió plaza.
De los seis novillos, el primero de la tarde fue el más completo porque duró más y tuvo mayor recorrido. Por contra, el cuarto fue un moribundo en el último tercio, pues llegó tambaleante y muy ahogado. Los otros cuatro, con el defecto común ya apuntado, derrocharon sobre todo bondad.
Babelia
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