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Reportaje:Signos

El dios pagano

De repente, la atmósfera se vuelve grávida y tersa, se hace espesa la luz y a la vez más diáfana, el pensamiento se nos nubla y parece afilarse como un cuchillo, con ganas de herir. 'Viene levante'. Llegan bandadas de insectos, se cuelan en las casas. Enormes libélulas, diablillos verdosos, con sus élitros como de cristal resquebrajado. Los perros ladran sin porqué... Y el viento de levante rompe al fin, suntuoso y demente, doblegando los árboles, dando vuelo a las arenas, batiendo puertas y ventanas, y el mundo parece entonces un espejismo oscilante, un lugar maldito. La gente camina cabizbaja, con porte sombrío de conspiradores, con mirada huidiza. En el cielo, las gaviotas planean igual que cometas, inmóviles casi, momificadas en el vacío. La playa es un remolino de oro. Apestan los husillos, porque ese viento remueve incluso los submundos.

El fantasma de 'Los aires difíciles' es el viento, una violenta alma en pena

Los aires difíciles, la nueva novela de Almudena Grandes, tiene dos escenarios giratorios: Madrid y Rota. Dos escenarios que se corresponden con dos tiempos: el pasado y el presente de unos personajes. Unos personajes que procuran dejar atrás un pasado hostil, aunque no exactamente para buscar un futuro, sino algo más modesto: un presente.

En la primera frase de la novela se nos avisa de la presencia de un personaje peculiar, un personaje sin cara ni contorno: 'Cuando los Olmedo llegaron a su casa nueva, soplaba el levante'. En muchas novelas hay fantasmas, y el fantasma de esta novela de Almudena Grandes es el viento, una violenta alma en pena, un espectro intermitente y arrogante que se manifiesta para trastocar la realidad, para añadirle un factor de enrarecimiento, para hacer que las cortinas vuelen con ondulaciones inquietantes y que las velas se apaguen, como sucede en las novelas góticas, y de paso para hacernos peores, más irritables, más broncos y susceptibles, como si ese viento lo trajese el demonio. Porque el viento remueve también la conciencia, y al removerla la enturbia.

Decía Almudena Grandes a lo largo de una entrevista reciente: 'La gente de Cádiz no le da importancia al viento. Para ellos es algo natural. Creo que en Cádiz el viento no es un fenómeno atmosférico sino una presencia mitológica. Los gaditanos tienen una relación con el levante como si éste fuese un dios pagano'. Y está muy bien visto, ¿verdad? Un dios pagano y loco, deseoso de demostrar su poder inútil, de azotar el mundo por puro capricho de dios, de exhalar su fuego etéreo.

Los personajes de Los aires difíciles van de aquí para allá, desconcertados, heridos por la memoria, afanosos por entenderse con la vida, necesitados de poner orden en su pretérito imperfecto de indefinido para poder pactar con el presente. Personajes que parecen movidos al albur de un viento abstracto, y de ahí la gran metáfora de la novela: la vida como una fuerza purificadora que nos arrastra -y la dignidad, por tanto, de nuestra rebeldía ante lo que se presenta como inexorable, aunque esa rebeldía nazca del desvalimiento.

Los protagonistas de esta historia se instalan en un pueblo porque pretenden ser fugitivos del pasado, pero en ese pueblo sopla el viento continuamente, obsesivo y fantasmal, y el pasado regresa, obsesivo y fantasmal, con la fortaleza del viento. Ese viento que arrastra arenisca y papeles por las calles, que tinta de esmeralda impura el mar, que silba como una hoja de sable al cortar la nada, que convierte la ropa tendida en banderas amenazantes, que nos pone el ánimo oscuro, expectantes ante el rumbo de nuestro destino. Porque pasa por la realidad el dios pagano, el invisible dios, y todo tiembla.

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