Domingo francés
'Arrolladora victoria de la derecha en Francia' dicen aquí. Podrían decir: arrolladora, vergonzosa, humillante caída de la izquierda. Venía hecha desde las presidenciales y de la asombrosa aparición celestial del torturador Le Pen. La ventaja de la derecha, y la que garantizó la gauche (por no decir izquierda, que da un poco de escalofrío en estos casos) al sumarse al ridículo sobresalto que remedaba un antifascismo antiguo en las presidenciales, es que era igual que Le Pen pero sin su brutalidad. Decimos que la extrema derecha está ascendiendo en Europa por Haider o Le Pen más algunos otros seres disfrazados con emblemas, marcialidades y viejos vocablos: nos estamos engañando: son los espantapájaros de la verdadera, de la genuina derecha extrema. 'O él o yo', dicen los derechistas. Suele dar resultado.
Pero ¿es que la izquierda es distinta? Hasta cierto punto. Es una derecha mejor disfrazada. Jospin no es tan nefasto, y algunas cosas hizo en materia social y laboral: menos rudo con los emigrantes, más próximo a las parejas homosexuales, más decidido a la igualdad hombre / mujer, partidario de las 35 horas. Pero ¿ha de conformarse la izquierda con esos algos, que pasean eternamente del Senado a la Asamblea, del Consejo de Estado al Constitucional, de unas elecciones a otras? ¿O es mejor abstenerse? El partido de la abstención fue el más importante del domingo francés, y entre esta vuelta y la próxima podrá cifrarse entre el 30 y el 40%. La gente rechaza el coito con la urna y prefiere une belle journée champêtre.
Me sorprendió mucho en la revolución imaginaria de París de 1968 ver cómo los fines de semana y alguna fiesta de guardar se suspendían las hostilidades y que el verdadero enfado burgués comenzó cuando escaseó o desapareció la gasolina de los surtidores. Cada uno interpreta como quiere la abstención. (Las primeras elecciones de esta cosa democratoide nos encontramos Semprún, Claudín y yo; Jorge, que aún no tenía derecho de voto -estaba con pasaporte falso- nos preguntó y le dijimos que habíamos votado al PCE. Saltó de furia. '¡No íbamos a votar a Felipe González!', gritamos. Luego Claudín fue funcionario de González y le votaba. Yo me alegré mucho de su elección. Cuando vi lo que pasaba, decidí no votar más. No ser comparsa, no ayudar a fingir la democracia, aceptar que la izquierda puede estar en no votar).
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