Sonrisa china

Hace ya mucho tiempo que Comediants se dedica más bien al teatro de animación y de calle, ése que echa mano de vistosos disfraces, fuegos de artificio y cabezudos para arropar cualquier acontecimiento mundial, sobre todo en el extranjero. En este montaje tratan, en términos de quimera, de 'unir dos culturas ancestrales en un acto común de creación artística', en una especie de yuxtaposición de hallazgos escénicos en el que salen ganando, y con mucho, los chinos. Ya era hora, por otra parte.

Un tanto en la estela de los éxitos del Cirque du Soleil, Comediants ensaya aquí una fórmula de éxito seguro, que mezcla la atracción circense, esto es, la suya propia, con la extremada habilidad técnica e imaginativa de los acróbatas chinos, y es de agradecer la ocasión de ver una actuación de esos artistas que a veces roza la perfección. Como es habitual en los últimos trabajos de Comediants, el asunto se rodea de una parafernalia explicativa en términos dramáticos bastante simple. El estrés es de Occidente, Oriente se está construyendo, hay un encuentro, se confrontan las tradiciones y de ahí sale un fin de fiesta que representa la unión de dos culturas. No es que ese rosario de buenas intenciones no se evidencie sobre el escenario, ya que para algo Comediants se molestan en urdir un guión que quiere ser lo más parecido a un argumento de parque temático. Pero sí es que esos pretextos no cuentan mucho ni llegan a molestar demasiado en el despliegue de una creatividad auténtica a manos de un grupo de acróbatas chinos que centran -guiños de autoría aparte- el interés de un bonito espectáculo que deberían ver, para su asombro, todos los niños.