La espina vasca de la Santa Sede
La diplomacia vaticana elude entrar en la polémica entre el Gobierno español y los obispos de Euskadi
La tibia respuesta del Vaticano a la queja oficial planteada por el Gobierno español, indignado por la carta pastoral de los obispos vascos en la que manifiestan sus reparos políticos y morales a la ilegalización del partido independentista Batasuna, que no condena los asesinatos de ETA, no ha sorprendido en Roma. Nadie, en ambientes familiarizados con la organización interna de la Iglesia Católica, esperaba otra cosa, pese a las buenas relaciones que existen con el Gobierno español actual.
'La Santa Sede no actúa directamente en estos casos, usa cauces de diálogo distintos para poner orden y no suele inmiscuirse en los asuntos internos de las diócesis', opina una fuente del entorno vaticano. Llamar al orden a los obispos vascos habría contribuido, además, a reavivar el resquemor que, según admite un religioso vasco, existe en la iglesia de Euskadi hacia el actual Pontífice.
'No había lugar a un castigo de Roma, ya que la pastoral no roza cuestiones de moral'
Las relaciones de la iglesia vasca con el 'cuartel general' no son ahora idílicas
'No es normal que se produzca ninguna reacción, como ya ha dejado claro la sala de prensa vaticana', dice el jesuita vasco Ignacio Arregui, jefe de informativos de Radio Vaticana, que suscribe totalmente la posición de los obispos. Según Arregui, no había espacio para ninguna acción punitiva de Roma por una razón fundamental: 'Los temas tocados en la pastoral no rozan cuestiones de dogma, ni de moral, ni de Derecho Canónico'. Sin olvidar otra cuestión: la autoridad de quienes han redactado el polémico escrito. 'Los obispos son la base de la Iglesia, los herederos de los apóstoles, tal y como se subrayó en el Concilio Vaticano II', añade, es decir, los eslabones más legítimos desde el punto de vista de la tradición bíblica, en el organigrama de la Iglesia Católica.
Y es que el poder absoluto del Papa oculta un entramado jerárquico en el que están representadas tendencias contrapuestas, milagrosamente unidas por una fuerza de cohesión muy poderosa: el instinto de supervivencia de una institución milenaria, en un mundo cada vez más secularizado y hostil.
Pero mantener el equilibrio entre esas distintas fuerzas no es fácil. El Vaticano, que alentó en su día la independencia de Croacia, una 'isla' católica en el mar ortodoxo y musulmán de la ex Yugoslavia, se enfrenta en la cuestión vasca a una situación mucho más compleja, dado el carácter netamente católico tanto de Euskadi como de España en su conjunto.
De ahí que se vea obligado a moverse con pies de plomo para no desairar al Gobierno de una nación que ha adquirido nuevo peso en Europa, dejando espacio a la vez a los simpatizantes de la causa vasca, que cuenta con algún apoyo en Vaticano, por ejemplo, el del cardenal Roger Etchegaray, nacido en Espelette, cerca de Bayona (Francia). Etchegaray, ya jubilado, sigue siendo una personalidad influyente en la Curia Romana.
En los últimos tiempos las cosas se han complicado. Quizás porque, como sostiene un teólogo vasco, 'el nacionalismo vasco ha hecho de la noción de Patria su nuevo Dios', y la iglesia vasca no parece haber sido inmune a este fenómeno.
Por eso existe un cierto resentimiento contra un Papa que sigue manteniendo divididas en dos archidiócesis, la de Burgos y la de Navarra, a 'las cuatro provincias vascas'.
Un Pontífice que cometió el 'error' de nombrar al abulense Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao y a Fernando Sebastián, nacido en Calatayud (Zaragoza), arzobispo de Pamplona. Decisiones que fueron muy mal acogidas por el PNV, cuyo presidente, Xabier Arzalluz, todavía exigía a la Santa Sede que 'los pastores vascos sean vascos', en una entrevista concedida recientemente a la cadena de televisión pública alemana, ARD.
Arzallus reconocía en ella la poca sintonía que existe entre el nacionalismo vasco y el Vaticano.
Nadie piensa que la iglesia vasca albergue intenciones cismáticas, como las que inquietaron en su día a Pío XII, que ya mostró preocupación por la rebeldía de los pastores vascos, pero son muchas las voces que reconocen que las relaciones con el cuartel general del catolicismo no son idílicas en estos momentos. 'La mayor parte del clero vasco está en desacuerdo con la política de Karol Wojtyla', dice una fuente vaticana familiarizada con la situación en el País Vasco. 'No hay referencias a las palabras del Papa, a las directrices de la Iglesia de Roma, en las homilías que se pronuncian en las iglesias vascas. Es un síntoma grave de que algo va mal', añade.
La propia carta pastoral de los obispos vascos recoge una única cita del Pontífice que hace referencia a la necesidad del diálogo como instrumento insustituible en las relaciones internas entre estados y en las relaciones internacionales. Tampoco el Pontífice, que ha condenado con dureza la violencia de ETA, ha abordado jamás la particular situación política de Euskadi. Hay quien atribuye, quizás más diplomáticamente, la distancia entre el clero vasco y el Pontífice a inevitables 'diferencias de sensibilidad hacia un Papa u otro'.
Juan Pablo II con su visión misionera y su obsesión por alcanzar algún día la unidad de las iglesias cristianas, parece haber desatendido la mayoría de las peticiones vascas. No todas. El Papa aceptó la jubilación anticipada del obispo de San Sebastián, José María Setién, muy próximo al PNV, disgustando enormemente al nacionalismo, pero se plegó también a los deseos vascos de que el sucesor fuera Juan María Uriarte. En la fase final de su Pontificado es poco probable que Karol Wojtyla cambie el rumbo de su política y de algún paso especial de acercamiento a la iglesia vasca. Habrá que esperar el relevo al frente de la Santa Sede para ver si el sucesor es más sensible a las aspiraciones del nacionalismo vasco.
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