El modelo propugna un retorno a la vieja centralización
En el año 1990, Ricard Maria Carles, hasta entonces obispo de Tortosa, fue nombrado arzobispo de Barcelona. Su objetivo era reorientar el rumbo que había tomado la diócesis con los vientos conciliares; poner orden y coto a los desmanes del progresismo en la diócesis, tal como dirían los exegetas partidarios del cardenal. Pasados 12 años, el clero se ha sublevado -y se ha manifestado en cartas pidiendo la dimisión del arzobispo- y el objetivo de conseguir nuevas vocaciones religiosas está lejos.
El número de defunciones supera al de nuevas incorporaciones. Desde 1989 hasta 2001 han sido ordenados 110 nuevos sacerdotes en la diócesis, mientras que el número de curas fallecidos en este periodo se ha elevado a 176. Todo eso con una media de edad de 65 años, muy alta y envejecida.
Y es que el sistema de fortificación, de separar a los candidatos al sacerdocio de la sociedad, de convertir los seminarios en islas clericales en el océano de la laicidad, no le ha dado al cardenal los resultados deseados, a pesar del ahínco que el arzobispo de Barcelona puso en ello. 'Los seminaristas con trabajo han debido dejarlo si querían continuar la carrera clerical, y el Arzobispado se ha deshecho desde 1998 de las tres residencias que había para ellos en distintos barrios de Barcelona', explica una alta fuente eclesial. Ahora todos los que quieren ser sacerdotes viven en el seminario.
El modelo impulsado por Juan Pablo II ha acabado con la vuelta a la vieja centralización. En esa línea, el cardenal Carles se deshizo en 1999 de la residencia próxima a la parroquia de Cristo Rey (Sagrera). Anteriormente ya lo había hecho con las de Santa Isabel (Guinardó) y la adosada a la residencia de sacerdotes jubilados de Les Corts.
El presente no es prometedor. Si continúa la media de defunciones, el promedio de edad crecerá. El número de fallecidos ha superado al de nuevas ordenaciones cada año, excepto en 1991 y 1993. En la actualidad el número de diáconos -que pueden oficiar, bautizos, bodas y funerales- tampoco es para que doblen las campanas. En 1998, en Barcelona había 38, 20 de los cuales pasa de los 60 años.
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