La media de edad de los curas de la diócesis de Barcelona es de 65 años
Más de 3.000 firmas se añaden a las 2.000 que pedían la dimisión el cardenal arzobispo de Barcelona
'La Iglesia no es una democracia', arguye un defensor del arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles, para combatir a quienes piden la dimisión del cardenal. Pero hay un dato objetivo: la legión de descontentos para con el cardenal crece. El pasado miércoles, 3.357 nuevas firmas se sumaron a las 2.007 que pedían ya en febrero la renuncia del arzobispo. En raras ocasiones ha existido una movilización de esta magnitud, y continuada desde hace unos años, en demanda de 'una Iglesia más plural, más transigente, más dialogante y más integrada en la sociedad', como indica el texto de la carta que le fue enviada. Los vientos de fronda que acabaron en la Francia de hace 400 años con el mal gobierno del cardenal Mazarino soplan ahora, en su justa y modesta proporción, contra el mitrado Carles.
'Ha barrido a todos los vicarios episcopales de la época de Narcís Jubany'
El cardenal se apoya en los sectores eclesiásticos jóvenes que no han vivido el concilio
La guardia pretoriana del cardenal -un grupo de sacerdotes jóvenes y no contaminados por la sociedad catalana, la más secularizada de España- ve en estas iniciativas la mano negra de lo que ellos denominan 'progresía', según afirman en una página web. Pero los detractores del cardenal, lejos de amedrentarse, no dejan de sumar desaguisados públicamente al pontificado de Carles. El último es la notificación, en 24 horas, del relevo al frente del patronato de Escuelas Parroquiales de Barcelona de Lluís Portabella. Este sacerdote, presidente electo del colegio de párrocos de Barcelona, no quiso hacer comentarios al respecto y minimizó su destitución. Pero es de dominio público que tiene un currículo con mácula: es uno de los sacerdotes críticos hacia el cardenal. Y es que Carles no perdona. 'De cada carta que se le entrega, toma cuidadosa nota de quienes tienen cargos de cierta relevancia y los destituye', asegura un miembro de la curia, para quien el cardenal está desbordado por la responsabilidad que asumió desde que en 1990 se puso al frente de la archidiócesis.
Su estilo, aseguran sus detractores, ha sido aumentar los cargos de designación directa en el consejo presbiteral con el objetivo de hacerlos entrar en el consejo de consultores. 'Ha barrido a todos los vicarios episcopales de la época de Narcís Jubany y en el consejo impide cualquier tentativa de diálogo', subraya un miembro de la curia diocesana. 'Todo lo sitúa en el terreno de las adhesiones incondicionales', agrega un párroco. 'Cada mes se reúne por lo menos una vez con curas jóvenes, esos que no se sienten contaminados por el progresismo del concilio', añade. ¿Dónde encuentra el cardenal estas almas puras? Pues en la franja de edad que no ha vivido el concilio, 'entre aquellos que añoran el retorno a la cristiandad , los que él ha segregado con su política de seminarios', subraya la misma fuente. Esos jóvenes constituyen el sector duro, el que atribuye la increencia a la falta de mano dura eclesial y al influjo pernicioso de la laicidad, para ellos laicismo. En ese sector, Carles busca las certidumbres que los críticos le niegan. Los movimientos más espitirualistas ofrecen al cardenal lo que más le gusta: adhesión y baños de masas. 'Sólo los movimientos conservadores [neocatecumales, Christi Fideles Laici o la prelatura personal del Opus Dei] garantizan a Carles actos masivos como el que se celebra anualmente en el Palau Sant Jordi y que nos cuestan un riñón en alquiler', señala una fuente del gobierno diocesano obviamente crítica con Carles.
Con el apoyo de esos sectores, el cardenal resiste, y es previsible que lleve las riendas de la diócesis por lo menos un año más. Pero lo cierto es que el descontento y la oposición crecen cada día y ya nadie se oculta. La dirección de la protesta la llevan, afirman los defensores de Carles, los sacerdotes fruto clásico de 'la progresía del concilio'. Pero el gobierno del cardenal, al igual que el de Mazarino, no es precisamente popular, y desde el año 2000 la oposición se ha encrespado. Las hostilidades se abrieron de forma ostensible con la destitución del jesuita Enric Puig como canciller y secretario general del gobierno de la diócesis. Luego el obispo auxiliar Joan Carrera, el que daba pedigrí nacionalista-democrático a Carles, dimitió de sus responsabilidades de coordinación.
Y si en la cúpula de gobierno había tempestad, en la base se producía la revuelta. Los arciprestes de Barcelona dirigieron una dura carta al cardenal Carles. Pero el arzobispo siguió impertérrito el rumbo que se había trazado. En diciembre, y desafiando las críticas, dirigió una purga monumental en Ràdio Estel, que se clericalizó en la acepción más radical del término. El desembarco de la guardia del arzobispo supuso la pérdida del último bastión del obispo Carrera y la desaparición de un espacio de debate, elemento que no ha sido, a juicio de los críticos, uno de los fuertes del cardenal.
Durante todo 2001, la oposición al cardenal se organizó en forma epistolar. En agosto del año pasado, 79 sacerdotes diocesanos y religiosos enviaron un amplísimo informe a la Santa Sede, un texto crítico para con el prelado. El temporal no amainaba, y de hecho arreció cuando a finales del año pasado, 229 sacerdotes firmaron una carta contra la prórroga del mandato del arzobispo, que en septiembre de 2001 cumplió 75 años, edad de jubilación. La guinda de la crítica la puso el que había sido obispo auxiliar de Barcelona y en la actualidad prelado de Solsona, Jaume Traserra, quien criticó a finales del año pasado el autoritarismo de Carles y su 'voluntad de uniformismo' en los nombramientos. La queja se producía a propósito de la designación como obispo auxiliar de Barcelona de Josep Àngel Saiz Meneses. No hubo consultas en la diócesis, explica Traserra, y Saiz, un hombre contestado desde la base, recibió luz verde del cardenal.
El culebrón de desencuentros no acabó ahí. En febrero de este año llegó la carta de los 2.000 fieles, a la que el pasado miércoles se le añadieron 3.000 nuevas firmas. 'Lejos de buscar fórmulas de diálogo para construir una Iglesia diocesana que viva en comunión con la pluralidad, ha seguido imponiendo la línea de pensamiento único y disponiéndolo todo para que haya personas de su mismo talante continuadoras de su obra', dice el texto. Pero Carles sigue impasible: 'Ahora, en el año que le queda, quiere poner en marcha un plan de reforma de la diócesis; el proyecto necesita a mi juicio por lo menos tres o cuatro años para aplicarse', señala un sacerdote crítico, quien añade que el arzobispo, mientras arrecia el temporal, repite la misma letanía: 'Yo vine aquí con el tren en marcha; quien venga detrás de mí que se suba también en marcha'.
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