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A PIE DE PÁGINA

Y listo

Ahora no. Tal vez dentro de una hora, mañana, pasado mañana, más tarde, pero ahora no. Ahora aguanta, finge que eres fuerte, sonríe o, por lo menos, estira las comisuras de los labios hacia arriba: si mantienes los ojos secos pensarán que es una sonrisa. Entonces basta con que pidas

-Permiso

y salgas. ¿Cuántos metros hasta la puerta? ¿Seis? ¿Siete? Sigue con las comisuras de los labios estiradas hacia arriba, camina de lado si no tienes espacio, pide

-Permiso

toca suavemente la espalda, los hombros

-Permiso

rodea a ese hombre gordo que no te ha oído

los hombres gordos nunca oyen

cuatro metros, tres metros, más espaldas, más hombros, la música más intensa porque hay un amplificador justo encima de ti, ya no ves el bar, ya no ves la pista, ves cabezas, caras, ningún brazo que te haga señas, te llame, cabezas que no volverás a ver, caras que nunca has visto, el hombre gordo de nuevo, que se queda atrás, distante, dos espaldas, dos hombros y la puerta, una espalda, unos hombros y la puerta, ninguna espalda, ningunos hombros, la puerta, o sea la primera puerta, a continuación el guardarropa, entrega la ficha a la empleada, recibe la chaqueta, agradece la chaqueta sonriendo aún más

Ahora sonríe. Dentro de poco ya no te acordarás de que hemos acabado

no aflojes las comisuras de los labios

deberías haberle dejado una moneda junto con la ficha

¿se la has dejado?

la segunda puerta, la calle, las personas que esperan para entrar y te miran con envidia, el portero con los brazos abiertos impide el paso a una muchacha

-Un momento

guíñale un ojo al portero

siempre se le guiña un ojo amistoso al portero

salúdalo

-Hasta mañana

o algo por el estilo, qué más da, no se oye bien con la música, acepta la palmadita del portero que finalmente te conoce

-¿Tan pronto?

y las personas que esperan para entrar no solamente con envidia, con respeto, preguntándose quién serás, quién no serás, una de ellas

la muy lista

al portero, señalándote

-Soy prima de esa mujer

el portero que se crece por dentro de su camisa

-Lo dije hace un momento, ¿o no?

ya casi nadie, ya nadie, tú sola en la esquina, busca las llaves del coche en el bolso entre los pañuelos de papel y las gafas oscuras, dejaste el automóvil allí abajo, en la plazoleta, no esta travesía, la siguiente, la siguiente tampoco, había una fuente por aquí, después de la panadería cerrada tal vez

es una panadería

que estos barrios antiguos se parecen todos, reducidos, estrechos, los cubos de la basura obstruyen la acera sin hablar de lo que tiran fuera los vecinos, una silla, una cocina, un armario roto, ahí está la fuente, a fin de cuentas no a la izquierda, a la derecha, con una luz municipal encima, la corona de la monarquía, una fecha en la piedra

1845

de ningún tubo sale agua, la plazoleta y su cuadrado de césped, el banco de madera al que le faltan dos tablas, un jeep y después del jeep tu coche, cuando llegaste entre un jeep y una furgoneta y ahora entre un jeep y otro jeep, los dos tan pegados al automóvil que te va a llevar un siglo mover el volante, avanzar, retroceder, sacarlo de modo que le das despacio a éste, le das despacio a aquél, tal vez esta vez

no, un avance y un retroceso más

un drogadicto fraternal que te guía en la maniobra, registras en el bolso

pañuelos de papel, gafas oscuras, la agenda con la página del teléfono del dentista suelta

en busca de una moneda para el drogadicto

la moneda que deberías haber dejado en el guardarropa

y el drogadicto que te mira sin mirar la moneda de forma que cierra el coche deprisa, el chasquido de las puertas y el drogadicto se burla de ti con los ojos serios, aplasta la nariz en el cristal, disminuye, inofensivo, a medida que avanzas, callejones, travesías, direcciones prohibidas, por dónde se coge la avenida, dónde rayos se cogerá la avenida, nuevas direcciones prohibidas, una camioneta de las que riegan la calle te obstruye un camino que crees conocer, una flecha te obliga a rodear una estatua que no es exactamente una estatua, es la mitad de un hombre que surge de una piedra y en esto, sin que te des cuenta, el río, almacenes, contenedores, una especie de garita y cerca de la garita los pescadores de la noche que tiran líneas al Tajo, el olor a gasóleo, el olor a la bajante, distingues el agua por reflejos, escamas, no necesitas sonreír ni estirar las comisuras de los labios, inclina un poquito el asiento, acomódate mejor, enciende la radio, busca un cigarrillo y la página del teléfono del dentista que asoma del bolso junto con el paquete

no sólo el dentista, Dina, David, Duarte

un papelito amarillo pegado por debajo del teléfono te recuerda

miércoles once

la consulta, guarda la página, si no encuentras el encendedor tienes el encendedor del coche, lo empujas y al rato salta con la punta roja, no te gusta el encendedor del coche porque el tabaco quemado se pega a los anillitos candentes, uno de los pescadores busca carnada en el cesto, los cerros de Almada, una paz tan grande, ¿no?, un sosiego lento, ¿no?, una calma, ¿no?, la tristeza se disuelve, cierra los ojos, relájate, y vas a ver que dentro de poco ya no te acordarás de que hemos acabado, dentro de poco ya no te acordarás de mí.

Traducción de Mario Merlino.

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