Cartas tristes
Según un pensamiento japonés, es el rostro triste el que pica la abeja. Pero, según Aristóteles, todos los hombres que se han distinguido en la filosofía, el arte o la ciencia han sido tristes. El talento tiene un precio, en fin, que unas veces se cobran las abejas y otras los subsecretarios, cuya mordedura es peor, más venenosa. Quisimos averiguar cuántos oyentes habían pagado este precio y les solicitamos relatos sobre la tristeza, a la que se entregaron, por cierto, de manera ejemplar. Pocas veces habíamos recibido tantos cuentos, casi todos sinceros. Nos llegó también una carta curiosa, o rara, o inquietante, en la que una mujer decía: 'En mi barrio, cuando yo era adolescente, había un chico muy triste del que las chicas nos reíamos cuando pasaba por delante de nosotras. Yo me reía sin ganas, la verdad, porque sabía íntimamente que aquel chico era una versión de mí misma que Dios había puesto en el mundo por alguna razón inexplicable. Luego conocí otras versiones de mí (la loca, la lista, el aventurero, el tímido, la indiferente), pero ninguna me caló tan hondo como la que representaba aquel muchacho triste. Por circunstancias de la vida, me casé con él, quizá para reparar aquellas burlas, y aunque nunca le he revelado que él en realidad soy yo, a veces, por el modo en que me mira, creo que lo sabe. No hemos tenido hijos'.
La carta no tenía remite. Llegan muchas así -por lo general, las más desconsoladas- y siempre nos dejan un raro sabor de boca, como si presintiéramos que han sido escritas por una versión de nosotros mismos que lógicamente no necesita identificarse. Otra de estas cartas sin remite de esa semana hacía una consulta que no supimos responder: preguntaba si los perros tenían capacidad para la tristeza o se la habíamos contagiado los seres humanos como una enfermedad. 'No he visto persona más triste que mi perro', concluía.
'Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más', dice en su cuento triste Rosario Baños Peña con una puntería que justificaría el resto del relato si lo necesitara, que no, porque es bueno línea a línea, desde el principio hasta el final. Llegaron muchos cuentos sobre la familia, porque la familia es a veces una factoría de penas, pero también recibimos textos sobre la tristeza que nos hicieron reír. He dicho con frecuencia en antena que un cuento sobre el aburrimiento no tiene que ser aburrido, sino todo lo contrario. Lo mismo cabría decir sobre los cuentos tristes. Ahí está, para demostrarlo, el de José Carlos Carmona, Soledad, que fue muy celebrado. Nos hizo reír también Qué sensiblero, de Marta Prieto, por esa capacidad para mezclar la crueldad y el humor de tal manera que no se pueden separar. Y nos dejó literalmente sin aliento Niño pequeño, de Sonia Blanco, pues todos hemos sido víctimas de alguna superstición como la que cuenta acerca de ese niño triste y de su madre, cuyas vidas giran alrededor del cuarto de baño, que es el lugar más terrible de la vivienda. ¿A usted le ha picado la abeja?
PD. Correo ordinario. Cadena SER (a la atención de Juan José Millás). Gran Vía, 32. 28013 Madrid. Internet. www.cadenaser.com. Una vez dentro de la página web hay que pinchar La ventana y, en La ventana, La ventana de Millás.
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