Manuela, el tronío

Si en el baile actual hay una encarnación del tronío, se llama Manuela Carrasco: un empaque señorial sin arrogancia, la cabeza bien alta, compostura de flamenca antigua, el pelo negrísimo recogido en moño, con peineta. Y el baile, parsimonioso, con frecuencia de pura templanza -sobre todo en la soleá, el estilo en que mejor se expresa, a mi juicio-, replicándose ella misma con nervio y garra cuando su inspiración se lo exige.

Parar, templar y mandar, la regla de oro del toreo, que también puede serlo del baile jondo más enraizado. Joselito de Lebrija y Enrique el Extremeño cantaron excelentemente, y también en el cante, con voz cálida y muy flamenca, Tamara Carrasco, hija de Manuela y su viva estampa en los pasos de baile que dio como cierre de los tangos.

Tomatito, con un grupo de lujo -Bernardo Parrilla (violín), Potito (cante), Diego Amador (bajo y mandola), Luky (percusión), Joselito Fernández (palmas)-, hizo su música flamenca habitual, constantemente jaleado por un público adicto. El guitarrista se ha convertido ya en ídolo incuestionable, y sus seguidores lo manifiestan ostensiblemente siempre que se les presenta la ocasión. En este concierto la tuvieron con largueza, y Tomatito pudo explayarse generosamente, pero, si he de ser sincero, llegó a pesarme algo en su insistencia por los temas de mucho ritmo donde todo viene a sonar casi lo mismo y, a mi modesto entender, no siempre con la claridad que sería deseable.

José Antonio Galicia, que no estaba anunciado, hizo con su grupo dos temas que me parecieron extraordinarios, uno de reminiscencias arabizadas y otro sobre estilos puramente flamencos, como la siguiriya o las bulerías. Es un buen ejemplo este músico, pienso yo, para quienes creen que cajones y otros artilugios de percusión son sólo superficies donde aporrear sin ton ni son hasta romperse las manos. Galicia es un músico de mucho talento, un hombre con conocimientos y recursos para hacer de la batería un instrumento más con el que crear música auténticamente flamenca sin ofender a los espíritus amantes de este arte. Que no deben confundirse las cosas.