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Columna
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Discutir la guerra

Afirma Norberto Bobbio que el índice de democratización de una sociedad no se debe medir atendiendo sólo al criterio de cuántos votan, sino al de en cuántos sitios se vota, es decir, cuántos y cuáles son los espacios de participación existentes en esa sociedad. La verdad es que esos espacios no son tantos en las sociedades industriales avanzadas. Si algún ámbito de nuestras sociedades aparece alejado de la discusión pública es el de la defensa. Y ello, por cuanto es un ámbito por definición no civil (incluso se insistirá hasta la saciedad en su carácter no político) y extremadamente técnico.

El problema que subyace a toda reflexión sobre la paz y la guerra es que se parte de presuponer el carácter indiscutible de la defensa. De esta forma, la única cuestión relevante es la de cómo defenderse, una cuestión que se presenta hoy como extremadamente compleja, como una cuestión técnica, de modo que su respuesta sólo podrá venir de los expertos. De esta forma el verdadero problema, el problema previo, queda escamoteado, secuestrado al debate público y remitido a la consideración y decisión de unos pocos especialistas. Porque, ¿cuál es la primera y radical pregunta a la que debe darse respuesta en toda reflexión sobre la defensa, sobre la paz y la guerra? Esa pregunta es por qué y de qué debemos defendernos, o, en la práctica, por qué y de qué nos defiende la política de defensa. Decidir sobre el por qué de la defensa como cuestión necesariamente anterior a la decisión del cómo defendernos exige su discusión pública, por lo que todo secretismo resulta inaceptable. Pero incluso el cómo debe ser objeto de discusión. Si, tal y como lo ha analizado Johan Galtung, hay alternativas, es decir, si hay un amplio abanico de cómo defenderse, la pregunta que debemos hacernos es evidente: ¿entre qué alternativas se ha decidido? ¿quién ha tomado la decisión? ¿cómo la ha tomado? ¿por qué?

Ligada a un determinado análisis de la realidad y a una determinada concepción de la defensa, sometida a las presiones de empresas y a los intereses de los profesionales de la milicia, la política de defensa se hace pasar por una cuestión fundamentalmente técnica, cuando en realidad es consecuencia de importantes presupuestos, intereses y decisiones, cuya existencia es permanentemente escamoteada a la opinión pública. No deja de ser lógico que la concepción dominante de defensa sea militar, si la sociedad civil ha sido, por definición, excluida de su discusión. Alguien puede cuestionar: ¿pero, es realmente posible implicar a la ciudadanía en el análisis y debate de las políticas de defensa? ¿No existen razones derivadas de la apatía y desinterés de los ciudadanos en las democracias por la cosa pública, de la complejidad del tema y hasta de la seguridad de la nación que limitan las posibilidades reales de democratización de estas cuestiones? El desinterés es mucho más consecuencia que causa de la no participación efectiva en la sociedad y, en cualquier caso, la participación se fomenta ofreciendo posibilidades para la misma, no limitándolas. En cuanto a la complejidad de los contenidos de las decisiones, no faltan experiencias que han posibilitado la intervención ciudadana en ámbitos en principio reservados a expertos. En cuanto al reparo de la seguridad, está íntimamente ligado al propio núcleo del debate: la propia concepción de la defensa, el para qué de la misma.

La desobediencia civil, la objeción y la insumisión, han contribuido a desacralizar la cuestión de la defensa, a cuestionar la naturalización de la violencia, a revisar la presencia y funciones de lo militar en nuestras sociedades. Su aportación crítica ha hecho posible, acaso por primera vez en nuestra historia, que la guerra, su preparación y su realización, deje de ser vista como una fatalidad para empezar a ser concebida como una opción. Y en cuanto opción, discutible, falible, no natural, frente a la que cabe la alternativa, la crítica y la oposición. Hay que recordarlo ahora, como homenaje a los insumisos que están siendo excarcelados y como recordatorio de que la lucha antimilitarista, que no es sino una lucha para profundizar en la democracia, no ha hecho más que empezar.

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