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Columna
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'Just a celebration'

Apagados los ecos de Eurovisión, transidos los corazones ante la imposibilidad de poner a Rosa, y a España toda, en el lugar que siempre han merecido, zaheridos por la incomprensión de esos europeos avefrías, el Partido Popular parece obstinarse en prolongar el sainete televisivo, en virtud de una nueva y feliz iniciativa de sus arrojados militantes.

Si hace algunas semanas las juventudes del Partido Popular ponían a los chicos y a las chicas de Operación Triunfo como ejemplo inigualable de la nueva España (Pongan la N de nueva en mayúsculas. Verán qué pasa), es ahora la diputada andaluza y responsable de educación en Córdoba, Rosa Muñoz, la que nos funde los esquemas. Resulta que Rosa (no Rosa Muñoz, sino la nuestra, nuestra Rosa) es un ejemplo claro, en opinión de la diputada, de fracaso escolar e insuficiencia expresiva, un producto, en definitiva, del sistema educativo articulado durante los gobiernos socialistas gracias a la LOGSE, aquel instrumento concebido para mutilar las conciencias y adocenar la juventud.

Hace algunas semanas el PP ponía a los artistas de Operación Triunfo como un ejemplo de su política, un monumento al esfuerzo y a la capacidad de superación, un símbolo del Estado liberal que se nos viene encima a poco que se despisten los sindicatos. Ahora, de repente, la máxima exponente de esa asombrosa hornada de jóvenes cantantes resulta un desecho del sistema educativo, un ejemplo de la ruina cultural que asoló España durante el felipismo.

El PP se subía al carro de Operación Triunfo cuando reventaban las audiencias y se baja del invento cuando pierde en Eurovisión. Una vez más se demuestra que al Gobierno central le funcionan, más que los ministerios, los gabinetes de prensa. Y uno no entiende nada porque, cuando se tiene una idea de España, una idea clara de España (como le gusta repetir al presidente), la posibilidad de crear metáforas con los jóvenes cantantes no puede dar lugar a extremos tan incompatibles.

¿En qué quedamos? ¿Son Rosa, Chenoa, Bustamante y no sé quién más ejemplo de ganadores natos, símbolos de esfuerzo y voluntad como lo son los empresarios o los opositores a notarías? ¿O son acaso la muestra vergonzante de la incultura que inunda la escuela pública? Es verdad que nadie sabe a ciencia cierta en qué idioma habla Rosa (Sólo la entendemos cuando dice 'Europe's living a celebration'), pero hacer de ella un símbolo del liberalismo triunfante y, semanas después, un símbolo de la penosa política de gobiernos anteriores resulta excesivamente surrealista. Podríamos decir que ni tanto ni tan calvo, aunque la audacia de cierta gente, acostumbrada hace tiempo a una prensa favorable, parece haberles desprovisto hace mucho tiempo de cualquier clase de pudor.

La noche de Eurovisión creí volver a los años de la tele en blanco y negro, a los años de mi infancia, cuando el franquismo terminal de los setenta. España aparecía envuelta en una ola de patriotismo barriobajero. José Luis Uribarri regresaba de la compacta niebla de la historia. Las familias volvían a congregarse ante una nueva edición del concurso, como no hacíamos desde décadas atrás. Quizás esta sí que era una metáfora de la absoluta involución que padecemos.

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Llevamos a Europa una canción pelotillera, que habla de Europa y se canta en inglés. Pero después de la derrota el europeísmo de cartón-piedra salta por los aires y resurge el localismo más atroz, la marea de chabacanería, la televisión pública dando pábulo a los instintos más bajos del pueblo. 'Rosa, has estado cojonuda', se oye decir. 'Que les den por el culo', sugiere alguien, después de haberse roto la garganta con el estribillo europeísta. '¡Viva España!', clama la tonadillera, con lágrimas en los ojos, como en el último estertor del último de los últimos de Filipinas.

De pronto pienso que son ellos, esos cargos del PP que dicen cosas raras sobre una chica de pueblo, los que no tienen una idea de España, una idea clara de España. Y que los que sí la tienen son, sin duda, sus votantes.

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