Partes sin todo
Muchos temas que encienden pasiones y opiniones encontradas, se refieren a situaciones nuevas sobre temas viejos. Tenemos que reconocer que andamos un poco perdidos, por mucho que la prensa, las tertulias y los amigos nos ayuden a realizar la digestión. Los ejemplos son muchos, pero es fácil citar al sacerdote que adopta un niño, los juicios por acoso sexual, la violencia doméstica, derechos de las madres biológicas, matrimonio de homosexuales, ayuda social para el cambio de sexo y otros muchos debates, aparentemente muy distintos, pero cada vez más cotidianos y polémicos.
En el viejo bachillerato se encargaron de explicarnos muy bien, creo que en química, que el todo era la suma de las partes más algo más. Pero se olvidaron de aclararnos qué hay que hacer cuando las partes se independizan y adquieren entidad propia. Hubo un tiempo, que ya está en decadencia pero del que todavía quedan bastantes restos, donde relaciones sexuales, reproducción sexual y familia formaban un todo más o menos compacto. Ahora las cosas son distintas y tenemos que entenderlo.
Se dice que las relaciones sexuales se han trivializado en la actualidad, que son menos importantes y más superficiales que antes. La realidad es que se han distanciado casi por completo de la reproducción y mucho más del núcleo familiar. La sexualidad es ahora un sentimiento de relación emocional, afectiva, que nos ayuda a realizar socialmente nuestra personalidad y, por tanto, ajeno a las diferencias de edad, sociales o de sexo. Puede que sea más trivial que antes, pero no estamos dispuestos a que nadie interfiera en ellas por la fuerza o por viejas obligaciones morales. Por eso nos repugna especialmente el acoso, ya sea moral, sexual o económico.
La reproducción sexual pasó primero por la paternidad responsable, luego se convirtió en planificación y ahora es una alternativa más entre otras muchas de tecnología artificial que están acaparando el tema. Cada vez se aleja más de las relaciones sexuales y se aproxima a una racionalidad sin tradición. Resulta difícil enfrentarse al hecho con los viejos códigos.
La familia era una unidad social, con base económica, donde estaban radicalmente diferenciados los papeles del padre, de la madre y de los hijos. Fue criticada duramente, al menos desde los años treinta, por los psicoanalistas que observaban el surgimiento del nazismo, luego por muchos intelectuales que emigraron a América para vacunarla contra el autoritarismo europeo y, actualmente, la vieja familia es un tema de estudio bajo el rótulo de familismo amoral.
Que un sacerdote adopte un hijo no tiene ya nada que ver, en principio, ni con la sexualidad ni con la reproducción. Es una opción más dentro de las alternativas de familias posibles, más centradas en el apoyo social y en la realización personal que en la economía o la distribución del trabajo. El cambio de sexo o la homosexualidad son opciones sentimentales o de afecto, al margen de reproducción o tipo de familia.
Cuando las partes dan un portazo y se marchan del todo parece que no queda nada, pero no es cierto, surgen cosas nuevas y siempre hay algo más.
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