Nos invaden los simpáticos
Una nueva plaga nos invade: la plaga de los simpáticos. Los simpáticos ya no sólo actúan en las salas de fiestas. Ahora regentan restaurantes donde, si bien te hacen pagar por la comida, te regalan, en cambio, su simpatía y sus monólogos, aunque no los hayas pedido. Porque una cosa es ir a un restaurante gay sabiendo que, entre el segundo plato y el postre, el travestido hace un play back, o ir a un árabe donde sabes que la dueña, después del cuscús, bailará la danza del vientre. Pero otra cosa es ir a un bar normal y asistir a un espectáculo que no estaba anunciado. Si ustedes no son gentuza aburrida de esa que sólo va a los restaurantes para comer y en cambio son amantes de la broma, del chascarrillo, de dar palmas, de que se les sienten en las rodillas, estarán encantados de frecuentar los lugares que se describen a continuación.
Los simpáticos ya no sólo actúan en salas de fiestas: regentan restaurantes donde te regalan simpatía y monólogos
Els Fanals de la Rambla de Catalunya, en Barcelona, es un local que pretende ser rústico y en el que te traen las anchoas enrolladas en forma de flor. Los camareros visten un peto tejano. El otro día, un señor y una servidora fuimos a cenar allí. La camarera nos saludó con un '¡hola, chicos!'. Al cabo de un rato, exclamó: '¿Habéis decidido ya, chicos?'. Éramos dos personas adultas, de 35 años. ¿Es normal este trato vejatorio? Cuando nos daba la carta de postres nos preguntó: '¿Queréis café, chicos?'. Le tuvimos que rogar que trajera el café a los 'chicos' después de la tarta de la casa, pero no antes ni durante, porque se enfría. No nos hizo caso, pero a cambio nos despidió con un '¡chicos, hasta pronto!'.
En Casa Sergi, de la calle de València, la función tiene más nivel. Si pides agua con gas, el camarero dice, mientras la deposita en la mesa: 'Cava de la casa para la señora'. Aunque se te vea en la cara la mala leche, si a continuación le pides cava te dirá: 'Aquí tiene la señora su agua con gas del Penedès'. Por supuesto, el carajillo de ron Pujol es un 'Molt Honorable', y no quieran saber los chistes que provocan los pies de cerdo. A algunas personas sin sentido del humor nos perturba pensar que cualquier plato que se le pida a ese camarero merecerá un comentario poético, así que terminamos por no comer nada. Nos apetecería conejo, pero somos incapaces de escuchar la delicada metáfora que le sugerirá.
De todas formas, el verdadero talento teatral se encuentra en el restaurante JJ, de la calle de Mallorca 18, donde además consiguen una cuidada puesta en escena (y la comida es buena, pero ¿qué importa eso?). El dueño es el actor principal y el camarero se encarga del atrezzo. El show empieza cuando el actor principal te convence para que pruebes los boquerones. A partir de ahí, todo se precipita. Ya sale el del atrezzo con un carrito que contiene los elementos necesarios. Lo coloca delante de ti con la veteranía y la impasibilidad de los grandes secundarios (la función lleva años en cartel). Después el artista -que lógicamente es andaluz- empieza a recitar el ingenioso monólogo que empieza: 'Ustedes se preguntarán cómo se hace un boquerón'. Para romper el hielo interpela al comensal: '¿Es la primera vez que viene?'. Y cuando éste gruñe que sí, con cara de pocos amigos, él replica: 'Pues yo procuraré que sea la última'. (En este punto el espectador inteligente se ríe, el burro mira al suelo.) 'Aquí no es como en otros sitios, que quieren que el cliente quede contento. Aquí procuramos que no vuelva nunca más. Estos boquerones no se piden para comer, se piden para hacer una putada' (risas de los espectadores inteligentes, mutismo de los burros). 'Pero aunque no se los coman, se los cobraré por una sencilla razón: si en la mesa alguien quiere hacer una putada, que la pague de su bolsillo. ¿Ha comido alguna vez boquerones crudos?'. El espectador inteligente dice que no, con asco, mientras que el burro afirma con la cabeza (miles de veces ha comido boquerones crudos). Por eso el actor le increpa: '¿Crudos? ¿De verdad? Hay gente a la que le gusta el pescado crudo. Bueno, pues hoy no los va a comer. Porque cuando yo haya terminado... no estarán crudos... ¡estarán asquerosos!'. Y después viene el momento de la apoteosis. '¡Se pone un poquito de perejil! ¡Sólo un poquito! ¡Un poquito!'. El chiste está en que el actor tira una montaña de perejil sobre los boquerones, lo que provoca, por contraste, gran hilaridad. 'Este ajo pica mucho, va bien para coger el tren: se queda usted sólo en el vagón. Este vinagre es el más barato que he encontrado, no tiene ni color, y esto es aceite de colza adulterada. Y ahora echamos colonia, que esto huele mal'. Aquí nuevamente se oyen aullidos de risa inteligente dado que lo que el actor echa es aceite en spray. 'Y ahora, el que pueda que se lo coma. Pero hay que macerarlo dos horas. Y ahí es donde gano yo el dinero porque en las dos horas usted no para de beber'. Aplausos y fin de la primera parte. Si van al JJ y piden boquerones (muy buenos), una botella de cava y un plato de ventresca, tendrán la suerte de asistir también a los monólogos Cómo abro yo una botella y Cómo preparo yo la ventresca.
La función completa dura 12 minutos y 73 segundos, o sea que es homologable a cualquiera de los soliloquios de Paz Padilla en El club de la comedia. La gente se vuelve loca. Es que ni come.
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