La metáfora de la vida

Ya se sabe: al fútbol lo salvará la literatura. No serán los grandes fichajes, ni siquiera los Mundiales extraordinarios. No será la línea dura de Camacho ni la verborrea de los presidentes. El fútbol será lo que se diga de él, pero sobre todo cómo se diga. Incluso este Mundial, que va a comenzar con las bravatas del entrenador español contra los que hablan, o escriben, de fútbol en contra de sus dictados, se salvará por la literatura que genere. En el universo de los contenidos, lo que importa son los poemas, las novelas o las canciones, y muy poco quedará en la memoria de los espectadores si este recuerdo no se convierte en algún párrafo, escena o verso que justifique tanta pasión, o tanto dinero.
España, que llegó tarde al fútbol como escritura, ha perdido mucho tiempo escuchando que el fútbol es cosa de hombres cuando, en realidad, es cosa de poetas. Un diario veneciano recogía uno de estos días algunas frases de escritores célebres sobre la situación del balompié en la memoria del mundo. Según ese recuento, Jean Paul Sartre dijo que el fútbol es una metáfora de la vida y Günter Grass escribió que donde acaba el fútbol empieza precisamente la poesía. Ya ven ustedes lo que ha sucedido con las selecciones de sus dos países, Francia y Alemania. Para T. S. Eliot -que era norteamericano, pero se hizo gato e inglés-, el fútbol es un elemento fundamental de la cultura contemporánea, y vean ustedes con qué vigor los ingleses se han comportado en la vida contemporánea.
En España hemos dejado demasiado tiempo el fútbol en manos de gente a la que sólo le ha preocupado el ruido del juego y no el ritmo literario del juego; por fortuna, ya no están solos Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías, Juan Villoro, Gonzalo Suárez, Vicente Verdú, Juan Cueto o Jorge Valdano, y la escritura del fútbol es cada vez mejor y más abundante, como si quisiera desplazar las bravatas de los entrenadores. Durante mucho tiempo la única referencia culta del fútbol español fue aquel poema que Alberti dedicó a Platko y la propia selección española pasó de la sencillez de Kubala, cuando hablaba de los chicos como si fueran huérfanos a su cargo, al diccionario secreto, pero gritado, de Camacho, pasando por el machismo verbal del inolvidable y siempre excesivo Clemente.
El fútbol va a sobrevivir gracias a lo que se diga de él. Antes leíamos las crónicas de los partidos para saber qué no vimos; ahora leemos de fútbol para saber qué metáfora nos hemos perdido. Cuando un deporte -o lo que sea en la vida- entra en la categoría literaria puede suceder que se convierta en materia de memoria o que llegue a ser teología de la belleza. Aquel artículo que Javier Marías nos regaló cuando Zidane marcó el gol de Glasgow debe formar parte de esta última antología, y probablemente si el fútbol sigue como una obligación de la retina será porque provoque tantos acontecimientos escritos como maravillas visuales. Es una metáfora de la vida, sí, pero cuando se convierte en escritura. Una metáfora sin palabras es un balón vacío.
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