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VISTO / OÍDO
Columna
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La primera guerra atómica

Quizá estalle la primera guerra atómica. Primera porque las bombas de Nagasaki y de Hiroshima no fueron una acción de guerra. Japón estaba vencido, pero la bomba necesitaba probarse en ciudades habitadas para conocer su efecto, y para advertir a la URSS de que se tenía 'el arma absoluta', y evitar que interviniese en la paz de Japón. Cosas políticas. Como las de ahora: Pakistán, India y Cachemira son invenciones de la descolonización británica para dejar dividido y roto el país que abandonaba. No es una idea luminosa, sino un sistema de la descolonización. La colonización separó etnias, fronteras naturales, idiomas y culturas, pequeñas economías, según los intereses y las repugnancias entre los europeos; la descolonización realizó una nueva separación cortando en dos o tres tribus, intereses, salidas al mar, ríos, idiomas. Se llevó la técnica, el know-how. Y así muere África. Nuestro bravo mundo occidental culmina su tarea con el refuerzo de la lucha contra la inmigración, acordada y probablemente firmada en la cumbre aznárida del 21 de julio, recién terminada la inoportuna huelga. A nadie se le ocurre más que a Aznar provocar una huelga el día antes de su despedida europea.

Hay más intervenciones de Occidente en estos casos, que se han ido animando desde el 11 de septiembre y responden a un plan largamente preparado. Pakistán es el sector musulmán del imperio indio, y su dictador se apresuró a colaborar con Estados Unidos contra Afganistán. De otro modo habrían caído no ya en la misma acción, sino que India se hubiese aprestado a la guerra por Cachemira, que, qué desastre, es de mayoría musulmana. Cuando India comienza a denunciar que hay terroristas musulmanes de Cachemira y de Pakistán corre a alistarse en la guerra antiterrorista proclamada por Bush para estar en el buen lado de la 'libertad infinita' y pronunciarse contra 'el eje del mal'.

En el fondo está el deseo de destruir Pakistán y, si puede, liberar a los iraquíes buenos dominados por el eje del mal. Y así hay en este momento un millón de soldados, tan inocentes como todos los soldados -que no son más que civiles disfrazados con uniformes por sus Gobiernos-, a un lado y otro de las fronteras; y se ensayan los misiles de cabezas atómicas. Mi instinto, o mi buena voluntad, me hace creer que la primera guerra atómica no sucederá. Pero todo depende del interés de Estados Unidos y su idea de la libertad infinita.

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