Por un cristianismo seglar
Cada vez hay mayor número de españoles que cuando oyen alguna palabra que viene del mundo eclesiástico les parece que llega de alejadas galaxias porque no toca tierra. Los dirigentes religiosos tienen un lenguaje obsoleto, irreal, que está en las nubes. Y sus consejos y análisis suelen estar con frecuencia salidos de toda realidad
Cada vez hay mayor número de españoles que cuando oyen alguna palabra que viene del mundo eclesiástico les parece que llega de alejadas galaxias porque no toca tierra. Los dirigentes religiosos tienen un lenguaje obsoleto, irreal, que está en las nubes. Y sus consejos y análisis suelen estar con frecuencia salidos de toda realidad. Parecen una especie de extraterrestres que bajan de lejanos astros para hablarnos de algo que resulta incomprensible; porque parece que nada saben de lo que pasa aquí.
Además, sus juicios tienen un tono inapelable. Se nos considera a los ciudadanos ovejas mudas que tenemos que escuchar y seguir ciegamente lo que dicen, porque sus palabras son definitivas. Su hablar no es nada que se parezca al diálogo que pedía el papa Pablo VI, sino un monólogo. Lo que dice la gente, lo que expone la ciencia independiente, los datos de la sociología les resbalan, y se acogen a cualquier clavo ardiendo para decir que son ellos seguidores respetuosos de la ciencia, cuando siguen a algún personaje anticuado hoy superado y hablan de lo que no saben y hay que aceptarlo a pies juntillas.
Es la ingeniería genética, las células madre, los embriones sobrantes, la regulación de la natalidad en un mundo con una explosión demográfica que ellos no saben valorar; o es la prevención razonable del contagio del sida. Y ante esto enseguida sacan a relucir razones de nulo peso para querer defender sus obsoletas decisiones, que llaman morales cuando debían ser llamadas inmorales, por desacertadas a la larga para la humanidad. Y quieren así mantenernos en el periodo cavernícola.
Si sale a relucir en la prensa el deseo popular de la aceptación legal de las parejas de hecho, ponen el grito en el cielo como si la humanidad se fuese a desmoronar. Y si desvelan los medios de comunicación el problema del celibato del clero, y su incumplimiento frecuente en los países donde se hacen encuestas sociológicas serias, se dice que es un problema pequeño, minoritario, que no tiene la trascendencia que dicen muchos comentaristas. Pero eso sí, orillan que se haga entre nosotros una verdadera estadística científica que desvele el problema real; a diferencia de lo que han hecho en Estados Unidos algunos católicos desde su cátedra universitaria para que se conociera la realidad. Hace pocos años se descubrió que la mitad del clero católico cumplía allí relativamente bien el celibato, pero un gran porcentaje no lo hacía así. Los datos concretos fueron investigados y estudiados por el profesor de la universidad John Hopkins de Baltimore, el sacerdote A. W. Richard Sipe. Y descubrió que sólo el 2% lo cumple perfectamente, y el 47,5%, relativamente bien; pero el 31,5% del clero católico vive allí una relación sexual activa, y en una tercera parte de ellos esta relación es homosexual (datos aportados por la agencia de información ADISTA en septiembre de 1990). Y la jerarquía católica prefirió allí callar antes que estudiar el asunto, pagando cantidades millonarias para conseguir el silencio de las víctimas en los casos de abuso sexual, en vez de denunciar a los culpables.
Parece que los obispos están, en este punto y en otros muchos, en una galaxia distinta de la nuestra. Sin embargo, hasta los catecismos católicos afirman algo que nuestros obispos olvidan: 'La fuerza de la pasión sexual, y la gran dificultad que tiene una persona normal para controlar la pasión cuando ha surgido' (The new Parish Catechism, 1980). Por eso dicen que la solución no es el celibato. Ocultan lo que la Iglesia vivió durante siglos con más sentido común que ahora: que el clero fuese casado, como se conserva esa antigua costumbre en el cristianismo oriental, lo mismo católico que ortodoxo. Allí, el sacerdote que vive en el mundo debe estar casado; y sólo el apartado del mundo, el monje, debe ser célibe.
Se esconde que murió Juan XXIII con la preocupación de suprimir el celibato para el clero occidental, pues le confesó a su amigo el filósofo Gilson que exigirlo a los jóvenes sacerdotes 'es una especie de martirio', y pensaba que había voces razonables que 'pedían que la Iglesia los liberase de esa pesada carga' (referencia de Gilson en France Catholique, 7-VI-1963).
¿No tendría que recordar la jerarquía eclesiástica lo que dijo el papa Pablo VI, que 'innumerables problemas de la vida profana son mejor conocidos por los seglares católicos que por el clero..., y son problemas nuevos que no deben ser tratados empíricamente al modo de los antiguos manuales (de moral), sino que es preciso sean considerados a la luz de instrucciones sistemáticas y científicas que los seglares pueden útilmente suministrar' (3 de enero de 1964)? Y dialogar ampliamente, pues 'este diálogo nos hará descubrir elementos de verdad, aun en las opiniones ajenas a la creencia' (6 de agosto de 1964).
Pero aquí en España la jerarquía no quiere el diálogo abierto, sino enclaustrarse entre las cuatro paredes de sus incondicionales, que son una insignificante minoría de seglares, según descubren las estadísticas. Porque de acuerdo con el CIS, en febrero de 2002 sólo la cuarta parte de los españoles cree en el infierno, y la mitad en la otra vida; y siguiendo la estadística de OTR/IS de 1990, el 60,4% de los católicos practicantes no aceptan en España las indicaciones pontificias sobre regulación de la natalidad. Sin embargo, el 95% recibió educación católica y el porcentaje amplio de católicos expuesto antes no ha hecho ningún caso de las enseñanzas recibidas.
Yo soy partidario de que se diera mucha más cancha a los seglares católicos en la Iglesia, y que se dejasen de tanta palabrería los jerarcas haciendo, en cambio, caso de lo que decía hace pocos años el escritor católico italiano Vittorio Messori, que no es sospechoso de progresismo, sino un manifiesto conservador. Sostenía que los obispos católicos, y la Curia romana, hablan demasiado, porque han producido más palabras en los últimos veinte años que en el resto de la historia católica. Estamos los católicos ante una evidente inflación verbal eclesiástica en un lenguaje salido de la realidad; y, entre otras causas, por eso no se les escucha. Y se nos quiere hacer olvidar también que la Iglesia es una 'casta meretrix' según san Ambrosio, y siempre está necesitada de reforma, como decía el Concilio Vaticano II.
Por este doble motivo les pide Messori un periodo sabático de siete años de silencio en el cual se abstengan los jerarcas de hablar y nos dejen que hablemos únicamente de seglares. Y, después de ese periodo, recuperar los Papas la costumbre de los antiguos Pontífices, que solamente escribían cuando más tres documentos en toda su vida papal.
Volveríamos así a la Iglesia de seglares de los tres primeros siglos de la Iglesia, como ha demostrado que lo fue el profesor emérito de Teología, el alemán Herbert Haag.
Y nos iría mucho mejor a los que todavía queremos ser cristianos desclericalizando cada vez más a la Iglesia.
Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar.
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