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Columna
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Comparaciones

En la tele veo a una señora enardecida que defiende al hombre contra el perro. Y cuando su replicante consigue demostrarle que es el hombre violento el que educa al perro en su violencia, le quita importancia a la crueldad de aserrarle las patas a unos animales, como sucedió en Tarragona, con el argumento de que es mucho peor torturar niños. Los animales suelen tener siempre enfrente a seres violentos que, con el pretexto de defender su propia especie, cargan contra ellos. Más pacífica es la señora Li, una coreana con la que hablé en la radio para saber cómo comen en su país. Me contó cómo comen y se dispuso enseguida a tratar de aclarar un supuesto equívoco sobre la inquietud que nos produce que los coreanos se hagan un entrecot con carne de chucho. No desmintió que coman perro, pero rechazó que tomemos a sus compatriotas por una especie de 'caníbales' de dulces mascotas. La explicación de la señora Li es que los perros que en Corea se sirven en la mesa son animalitos criados para tal fin y engordados al efecto, con lo cual, además de agradecerle que no los alimenten en las alcantarillas, no pude privarme de recomendarle la crianza de hombres y mujeres que puedan acabar convertidos en solomillos.

Supongo que mi ocurrencia aterraría ahora a la discutidora de la tele, pero puestos a comparar me cabe a mí al menos el mismo derecho que a ella. Yo, dueño de mi propio cariño, tengo más en consideración a mis perros que a esta señora, como es natural. Bien es verdad que, por razones distintas, no estoy dispuesto a comer filetes de sus carnes ni, por supuesto, de las de mis perros. Ya sé que semejante discusión podría llevarnos a concluir que si no queremos que los animales sean sacrificados, ni correr el riesgo de convertirnos en chuletas, lo mejor es que nos hagamos vegetarianos. Yo sería un hipócrita, sin embargo, si les dijera que para evitarlo estoy decidido a renunciar para siempre al chuletón de buey. Pero comparaciones absurdas como las de la enemiga del perro están instaladas en el discurso público para confundir, es decir, para desviar la discusión coherente sobre cualquier cosa.

Así ha ocurrido ahora en Madrid con la actuación del Defensor del Menor, que ha impedido que un joven de 15 años peleara en un ring de Colmenar Viejo. Con independencia de la legalidad o de la oportunidad o no de que el chico combatiera, y al margen de los argumentos que se esgriman en favor o en contra del boxeo, no faltaron quienes a la vista de la decisión se preguntaran si es menos violenta la moto que el boxeo o menos sano el botellón que el gimnasio. Lo de la moto lo sacaron a relucir los aficionados y lo del botellón el propio púgil. Y, en definitiva, detrás de eso, como detrás de la antiperro de la tele, no hay más intención que la de proyectar el foco sobre otros escenarios de violencia al objeto de justificar el propio. Y lo mismo que en el debate sobre comer perro o no, o zamparnos un hígado de hombre encebollado, se llega a la conclusión de que lo mejor es hacerse vegetariano, también aquí habría que concluir que no es eliminando una expresión de violencia como se defiende a una sociedad violenta, sino dejando de alimentarnos de violencia. Algo tan imposible como la renuncia al chuletón de buey. Así que, por si no me bastara un repaso a la historia de la humanidad, violenta desde su origen, miro a mi entorno y es pura violencia el lenguaje y las actitudes del poder y no otra cosa que violencia la educación competitiva que se inculca a los jóvenes para su mayor provecho. Hay violencia en las casas, en las escuelas, en los parlamentos, en los medios de comunicación, en el mundo de las finanzas, en las instituciones y en los tan rentables campos de fútbol. Un día dijo Sánchez Ferlosio que el deporte es fascista y lo tomé como una ironía de buen sedentario para defenderse.

Ahora no es que le dé la razón sin matices, pero comprendo que tenía motivos para decirlo. Así que, puestos a comparar, da pena que al chiquillo de Colmenar no le hayan dejado cumplir su sueño de darle a otro en las narices y arriesgar las suyas, convirtiéndolo así en la imagen del menor protegido de la violencia por una sociedad que, con guantes y sin ellos, pelea furiosa. Parece una broma. Como parece una broma que yo tenga que asegurar a mis pacíficos perros por si dañan a un tercero y sigan sueltos por ahí, sin seguro, maltratadores de toda laya y asesinos en potencia.

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