_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dónde empieza

Cuando escribes una novela, tienes la necesidad de hacerte algunas preguntas sobre sus personajes. Esas preguntas pueden ser de muchos tipos y obedecer a diversas razones, pueden ser más profundas o más superficiales, más necesarias o más prescindibles; pero hay una que me ha interesado siempre por encima del resto, una pregunta de cuya respuesta depende, tal y como yo lo veo, toda la perspectiva del personaje, todo su volumen: ¿De dónde viene y qué le ocurrió allí? Es una pregunta difícil, porque el que la hace quiere saberlo todo del otro, quiere meter la cuchara en todo, en el pasado del personaje y en su conciencia, en su yo y en su circunstancia, como diría Ortega. Pero, aun así, me gusta esa pregunta. Debe de ser porque aún pertenezco a ese grupo de personas, casi marginales en este mundo de hoy, tan dominado por la inmediatez, el pragmatismo y la dictadura de los resultados, que cree que los hechos no son tan importantes como las razones, que el problema no son las heridas, sino las enfermedades.

Fuera de los libros, la pregunta es también posible y es también necesaria. Podemos hacernos esa pregunta, por ejemplo, acerca de las jaurías ultraquiénsabequé que se pasean por los estadios de fútbol y las plazas públicas de nuestras ciudades como leones hambrientos escapados de un circo. ¿Quiénes son esos jóvenes llenos de ira y violencia? ¿De dónde salen esos grupos de adolescentes rabiosos que golpean a los otros espectadores en el Santiago Bernabéu, que matan con un cuchillo a los aficionados rivales en el Vicente Calderón, que arrojan botellas y bolas de acero a la muchedumbre que baila alrededor de la Cibeles para celebrar la novena Copa de Europa, rompen relojes, queman cabinas de teléfono, arrojan vallas contra los coches y hasta disparan sobre las furgonetas de la policía? ¿De dónde vienen y qué ocurrió allí?

Un canalla puede venir de muchos sitios, ser el producto de la miseria o de la estupidez, ser el resultado de una sociedad enferma, de un mundo marginal, de una familia destruida o de un ambiente presidido por la degradación moral o la falta de esperanza, y, si quisiéramos una respuesta exacta a nuestra pregunta, tendríamos que ir haciéndosela ultra a ultra, ir descubriendo poco a poco qué hay detrás de cada navaja, de cada puño americano, de cada bate de béisbol y cada bandera fascista. Un canalla puede venir de muchos sitios, pero un grupo de canallas siempre proviene de la impunidad, siempre surge de la dejadez, la indiferencia o, en los peores casos, la camaradería de quienes deberían erradicarlo. Creo que no hace falta ser un lince para darse cuenta de que eso es justo lo que han encontrado las pandillas ultra en la sociedad en general y en los clubes de fútbol en particular: dejadez, indiferencia, camaradería. Visto así, el problema parece muy grande pero también muy sencillo: sólo hace falta borrar esas tres palabras del diccionario del deporte y el problema desaparecerá.

Hasta ahora, eso no se ha hecho. Los famosos Ultra Sur llegaron incluso a tener su propia oficina en el campo de Chamartín. Los clubes financian los viajes de esas peñas cuando sus equipos se desplazan fuera de Madrid. Los jugadores, en una actitud cobarde y vergonzosa, se han plegado siempre a esos grupos porque son los que más animan, los que gritan todo el partido, los que intimidan a los jugadores del equipo rival, les tiran monedas y mecheros a los guardametas del otro conjunto. Esa intimidación, de hecho, se considera un valor dentro del mundo del fútbol, y cuando un directivo o un entrenador habla del público como 'el jugador número doce' y le pide que se vuelque con el equipo, sabe de sobra lo que dice: animen a los nuestros y asusten al contrario, hagan del campo un infierno, una olla a presión o cualquiera de esos tópicos que los responsables de las oficinas y los banquillos repiten una y otra vez, porque les interesa y para halagar los oídos de los jóvenes ultras, siempre dispuestos a creer que la gloria del Real Madrid o del Atlético de Madrid dependen de ellos, están en sus manos. Le das un balón de rugby a Zidane y te devuelve un globo perfecto. Le das un piropo a un ultra y te devuelve una navaja, un bate de béisbol, un puño americano.

¿De dónde salen los ultras? De la complicidad de sus presuntos enemigos. Porque son sus enemigos, ¿o no?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_