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La segunda conciencia

El ser humano se distingue del resto de los animales por el hecho de poseer la conciencia de su irremediable caducidad. Pero el ser humano contemporáneo, además de esta conciencia seminal que marca su existencia, está asumiendo una segunda conciencia, relativamente nueva, tan universal y propia de lo humano como la primera; es la mala conciencia de la injusticia global que se manifiesta en una serie de certezas que se han ido consolidando en la segunda mitad del siglo XX: la realidad del Tercer Mundo, conceptualizada en 1955 tras la Conferencia Internacional de Bandung; la conciencia del agotamiento de los recursos de nuestro planeta Gaia, de cuya enfermedad casi no había noticias antes de la década de 1970; la presencia de los medios de comunicación e información levantando acta en cualquier rincón del mundo, y, en definitiva, algo que ya es evidente la injusticia de un mundo global en crisis, a la deriva de los intereses de la producción, con unos pocos muy ricos y una gran parte del planeta empobrecida y plagada de conflictos bélicos y sociales.

Los medios de comunicación han colaborado en tener esta segunda conciencia humana de la injusticia

Los medios de comunicación de masas han colaborado en tener esta segunda conciencia humana de la injusticia global que, paulatinamente, se ha ido situando cuerpo a cuerpo con los grandes conflictos, ante los que ya no podemos girar la vista; es decir, desastres ecológicos, guerras, hambrunas, atentados y represiones brutales. Hace décadas, el hambre y la guerra, las lapidaciones y la represión también existían, pero no había cámaras ni periodistas para dejar constancia de ello. Si de las manifestaciones antifranquistas quedan pocos testimonios gráficos, hoy cualquier paso de los movimientos antiglobalización es observado por centenares de testigos.

Posiblemente el inicio de esta segunda conciencia radicaría en las variantes de pensamiento existencialista, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Martin Heidegger, señalando la existencia como lo primordial, en un mundo sin coordenadas marcadas, en el que cada individuo siente la angustia de tener que decidir, de comprometerse o no, de que lo que él haga pueda convertirse en ley universal.

Esta conciencia de la crisis del modelo económico y social dominante se refleja en fenómenos interrelacionados entre ellos y que se resumen esencialmente en dos: agotamiento del planeta e injusticia global, o lo que es lo mismo, escasez de recursos y movimientos migratorios. Dicho de otra manera, es imposible separar sostenibilidad y equidad. En este contexto, el concepto de globalización ha sido tremendamente útil. Como los tipos ideales que definiera Max Weber en su teoría sociológica, la sociedad global, con toda su ambigüedad, se ha convertido en un concepto de referencia que explica la actual transformación problemática del mundo. Es evidente que la globalización o mundialización del neoliberalismo comporta todos estos defectos de agotamiento de recursos, destrucción de las visiones nacionales tradicionales, agudización de los desequilibrios, aprovechamiento de las desigualdades económicas y predominio a ultranza de la lógica del beneficio. En relación con esta conciencia de crisis global, esta segunda conciencia de que no sólo nuestra existencia tiene límites, sino que también los tienen el crecimiento, los recursos, la riqueza y la capacidad de carga del planeta, podemos considerar que las respuestas son esencialmente tres. Intentar ignorarlo, como intentamos olvidar que moriremos o que los recursos del planeta tienen límites, cerrándonos en nosotros mismos y contemplando nuestro ombligo. Intentar a toda costa defender privilegios, jerarquías y seguridades, en una posición de sálvese quien pueda o de después de mí, el diluvio, fomentando la xenofobia y la exclusión. O, por último, la opción de quien no se engaña a sí mismo y reconoce su parte de responsabilidad, defendiendo que

el mundo sea más justo, intentando ser consecuente con esta nueva conciencia de la injusticia social y de la enfermedad del planeta. Cada opción, a su vez, se subdivide; los que quieren un cambio se dividen en quienes lo intentan por medios democráticos y pacíficos y los grupos minoritarios que, por diversas razones, justifican la violencia, el terrorismo y la destrucción.

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Por todas estas razones ha tomado protagonismo un nuevo sujeto emancipador del cambio, un movimiento mundial por otra globalización que, por primera vez en la historia, sobrepasa cualquier frontera aprovechando otro medio de comunicación totalmente nuevo: Internet. Unos movimientos que aunque estén escasamente articulados, agrupan a muy diversos sectores alternativos y que tienen en cuenta a los desheredados y a los perdedores.

El sujeto contemporáneo en esta sociedad global, posmoderna y posindustrial posee ya esta inevitable segunda conciencia, genere la reacción que genere, sea por sentimiento de culpa, tanto si es incipiente como si no se quiere reconocer; ya sea replegándose en la nostalgia y el racismo, prefiriendo el mundo injusto tal como es, o actuando para una mundialización solidaria. Desde Seattle (1999) hasta Barcelona (2002) pasando especialmente por los dos encuentros en Porto Alegre (2001 y 2002), por primera vez decenas de miles de personas se manifiestan periódicamente reclamando un mundo más justo, señalando algo que ahora ha tomado sentido: que 'otro mundo es posible', que es viable vertebrar un discurso crítico genuino del siglo XXI. Sin negar los logros de nuestras civilizaciones, pero reconociendo que no se han repartido de manera justa; planteando que frente a la barbarie, la guerra y la injusticia, frente al inventario de los desastres del capitalismo, 'otro mundo es

posible'.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.

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