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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Uso terapéutico

En relación con la noticia publicada el pasado domingo 5 de mayo, que narraba el suceso acaecido en Madrid, por el que un heroinómano en tratamiento de metadona mató a una pareja de toxicómanos y a su hijo de seis meses por un aparente 'ajuste de cuentas', el Instituto Republicano de Derechos Humanos desea hacer algunos comentarios para que la opinión pública conozca cómo es el denominado uso 'terapéutico' de la metadona.

Esta sustancia es un opiáceo, de la misma manera que lo es la heroína o la morfina, que se administra para que el enfermo se 'desenganche' de la heroína (es condición).

Sin embargo, el adicto se 'engancha' entonces a una sustancia, la metadona, que es un fármaco muy potente, el cual produce un síndrome de abstinencia (el famoso mono) tan intenso, prolongado y recurrente que a menudo ni siquiera el uso de heroína lo alivia.

Este hecho, y la manera de administrar la metadona (el usuario debe ir diariamente a un lugar y a una hora fijos, donde recibe una dosis, diluida en zumo, que debe consumir allí mismo) permiten una vigilancia y un control social que ayudan, ciertamente, a mantener el orden público y a reducir el número de aquellos delitos que crean alarma en la ciudadanía.

Además de esta reducción de daño como 'placebo social', su uso reduce o aplaza el daño físico al usuario y facilita intervenir a tiempo en caso de enfermedad orgánica, lo cual a veces salva la vida del cuerpo.

Sin embargo, la vida de la mente es otra cuestión, ya que la salud mental está en relación con una cuestión completamente separada de la acción de la metadona: la profundidad del cambio personal imprescindible para que quien es adicto a una sustancia como la heroína (el alcohol, la cocaína, etcétera, en otros casos) rompa las causas psicológicas de un conflicto interior que se ha expresado a través de una dependencia a unas u otras sustancias de las muchas que hay en el mercado más o menos ilegal.

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Toda reducción de daño (desde fuera del sujeto), como es la que induce la metadona, impide afrontar dicho cambio inexcusable, y refuerza y cronifica los rasgos de carácter y personalidad que el sujeto presenta y, por tanto, su conducta y su estilo de vida.

Consumir metadona (y con frecuencia, además, alcohol, cocaína, pastillas) mantiene un 'velo' emocional que impide mirarse por dentro y conocer cuáles son los defectos internos -un proceso doloroso en sí- y corregirlos.

Pero además de impedirse esa imprescindible visión del interior propio, tampoco se crea la motivación necesaria para pagar el precio que supone ese mirarse interno, pues el mensaje que circula y predomina es el que insiste en que si el adicto accede al 'abrevadero' de metadona a diario, ya no está 'enganchado', por lo que así cree que ha normalizado su vida, de manera que no hay nada que ver ni que cambiar.

A este pensamiento se une un pequeño ajuste socioeconómico que cristalizará definitivamente, como es la actual renta mínima de inserción de las comunidades autónomas como Madrid, su status de ciudadano integrado en la sociedad carente, aparentemente, de mayores problemas y sin necesidad de cambios en su personalidad y en su estilo de vida.

Es cierto que hay algunas personas irrecuperables, que nunca podrán cambiar, y en ellas sí se justificaría dicho uso de la metadona.

Pero hay que advertir que estas personas, al conservar su estructura de carácter y personalidad anteriores al consumo y mantenidas con éste, expresarán, según género, las siguientes características: ellas, una actitud narcisista, insegura, sumisa y sobreadaptada; ellos, arrogancia, dominio y prepotencia; y unos y otras, superioridad hacia sus iguales más desfavorecidos.

Con estos elementos de desigualdad y asimetría, las relaciones personales, con los iguales, de familia y de pareja, se establecerán sobre el abuso y el daño, sobre la mentira, la violencia y el maltrato, aunque suelan quedar doblemente ocultas, por su ámbito privado y por su entorno marginal, salvo que alcancen la gravedad que nos ocupa, siendo entonces cuando se convierten en una realidad socialmente visible.

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