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UN MUNDO FELIZ
Columna
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Todo previsto

Ha llovido. Los embalses se han llenado y la ciudad está limpia. Hace sol. Los mediterráneos reencontramos así nuestro hábitat climático, que posibilita el optimismo. Aún no hace tanto calor como para no disfrutar con ese ejercicio de andar por la calle que tanto nos recomiendan nuestras autoridades municipales. La huelga de autobuses queda lejos por ahora y caminar es saludable por un doble motivo: permite mantener la forma física y, también, la forma psíquica. Así llegaremos bien preparados a la próxima huelga. Hay que prevenirlo todo, ¿no es cierto?

Prevención. Palabra mágica. Una manía contemporánea que consiste en adivinar el futuro, anticipándose a él. Sólo por prevención, los norteamericanos -¿quién dijo que no son nuestro modelo de referencia cultural?- han aprobado el presupuesto militar mayor de su historia: más de mil millones de dólares diarios, está pronto dicho. Es la prevención extrema frente al enemigo desconocido, a lo incierto. Lo dijo Donald Rumsfeld, el secretario de Estado de Defensa. Y Francis Fukuyama, el superguru, lo llamó hace años 'factor X', dando una pátina científica al miedo a lo imprevisible. Y como los americanos son unos genios justificando los gastos militares -sólo por prevenir lo peor-, han calculado que gastarán el 47% más en la protección integral del territorio norteamericano, el 157% más para combatir con garantía de ganar, el 21% más para impedir que los terroristas encuentren cobijo, el 125% más para proteger sus redes de información, el 28% más en tecnología de información para la guerra y el 145% más para lograr el absoluto dominio del espacio. Eso es prevención y todo lo demás son tonterías.

Seguramente esos dificilísimos cálculos exhaustivos -ofrecidos por el Pentágono- responden al espíritu del tiempo: los enemigos están por todas partes, por tanto hay que extremar la prevención. El éxito está en preverlo todo, en anticiparse al acontecimiento, en especial a lo peor. El fracaso, en cambio, es dejarse sorprender por un 11 de septiembre, aunque algún día sabremos con certeza que eso también había podido preverse.

La manía de la previsión es una obligación moderna que afecta a las cosas cotidianas en todo el planeta. De ahí, quizá, que nuestro Ayuntamiento nos incite a caminar, ya que en Barcelona lo único previsible en materia de transportes es el coche de san Fernando. Pero, incluso a pie, es imposible calcular los obstáculos que nos saldrán al paso. Farolas, señalizaciones, papeleras, publicidades variopintas, containers -en su moderna modalidad saco y en su ordenada versión basura ecológica- zanjas, vallas de obras... Andar por la calle tiene sus imprevistos traidores. Y nuestras autoridades municipales, aunque se esfuercen mucho, no son el Pentágono, naturalmente.

Así, tenemos claro que andar es más fiable que ir en autobús o en metro: previsible hasta por niños. Pero ¿se ha previsto lo que se gastarán las calles barcelonesas con tanto caminante? Los americanos patrocinan el mantenimiento de calles y autopistas; colocan unos letreros en los que pone 'este trozo de asfalto está patrocinado por X '. Aquí ya ocurre en el metro. Yo conozco una parada Nescafé -Maria Cristina, teóricamente- en la que, por cierto, todo está previsto excepto que llueva. Cuando eso sucede, el patrocinador flota entre enorme lagos y se diluye en las goteras. Aunque, tal vez, eso también está previsto ya que la sensación del usuario del metro es la de entrar en un parque acuático.

Nada más bonito, pues, que pensar que todo está previsto. De hecho, si leemos la prensa o miramos el telediario no es por otra razón -igual que los del Pentágono- que la de poder prever qué pasará mañana. Y hacernos la ilusión de que controlamos el futuro. Como los norteamericanos.

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