'Radicales'en la Cibeles
Los 'radicales': una forma americana de hablar de 'los rojos' sin nombrarlos. Antes, en Europa, los radicales eran derechistas disfrazados; en Francia y en España -Lerroux y otros- se desprestigiaron por su corrupción y su cinismo (el estraperlo, las maderas de Guinea...). En Italia, su nombre es respetable. En Estados Unidos se aplica a quienes quieren salirse del orden de la política para cambiar la sociedad: son 'normalmente de la izquierda' (Cambridge), y aquí tenemos ya esta impregnación del otro lenguaje; por eso me estremezco cuando leo que los provocadores de la Cibeles eran 'radicales'.
La repetición en varios periódicos me hace sospechar que la palabra procede de las notas gubernamentales o policiales -es lo mismo- que impregnan a algunos redactores sin que se den cuenta. Es lo grave del pensamiento único: que entra desde arriba sin que el que lo recibe se dé cuenta. Algún comentarista atribuye disparos y desórdenes a los 'ultra', apócope de 'ultraderecha'. Tiene sentido, sabiendo qué bichos alberga el Real Madrid en su seno. Pueden ser ellos, u otros, los que dispararon contra una furgoneta de la policía: un plagio del disparo contra una furgoneta policial de los antiglobalizadores en Génova, a la que respondió un policía alocado -o instruido- matando a un joven. Aquí los policías, o los ultrapolicías, respondieron cargando duramente sobre todos los aficionados. La barbarie. La violencia del fútbol, se dice: es verdad que esta temporada la violencia es desastrosa, y no sólo en España. Quizá aquí menos que en otros sitios. Los deportes de competición se han convertido en eso, como todo aquello en lo que hay mezcladas enormes sumas de dinero, obligaciones materiales de ganar, y, a pesar de las reglas y de los sistemas, la pasiones se han convertido en muestras absurdas de nacionalismo y de identidad.
No es a ese asunto, aun tan importante como es el traslado de pasiones de lo trascendente a lo intrascendente, a lo que me quería referir, sino a la utilización del lenguaje para dar dimensión política al suceso. Y la carga sobre 300.000 aficionados alienados por el fútbol cuando los provocadores eran dos puñados y los policías debían tener órdenes del gobernador de ser implacables y de no diferenciar.
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