El Barça envejece
Una vez que en dos años como presidente no ha llegado a ninguna parte, a Gaspart le ha dado en el tercero por volver la vista atrás y recuperar a Van Gaal, el entrenador de Núñez, de manera que el club ya está listo para la foto de familia que en las pasadas elecciones los ganadores intentaron disimular con el cuento del consenso y la trampa de la transición. Para desdicha de la institución, en el Barça más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, así que el club se está quedando pequeño y anticuado, demasiado familiar, tal que estuviera endeudado con cuantos parientes han tenido que salir por piernas, incapaz de cerrar un conflicto sin abrir otro de nuevo, inmovilizado por el victimismo, más pendiente de corregir que de protagonizar una historia que tiene a Rexach como hilo conductor per secula seculorum.
Por su proceder, bien podría parecer que en lugar del porrón los presidentes del Barcelona se pasan ahora el entrenador con todo lo que significa. Van Gaal es mucho más que un técnico y, por tanto, su regreso no representa simplemente un cambio en el banquillo, una cosa que ya se ha hecho evidente en el referéndum que ha montado la directiva, como acostumbra en estos casos en que no sabe cómo oficializar la noticia -como si fuera mala- hasta que no se da por sabida.
Mal asunto cuando para defender la contratación de un entrenador hay que recordar lo que ha ganado para hacerse valer. La grandeza no la dan solamente los títulos, sino los grandes partidos y la capacidad de seducción del equipo, y en eso Van Gaal fue más un destructor que un conquistador, un personaje que hizo del Barcelona un club desagradable, mal visto y descontextualizado, nunca mejor reflejado que en aquella vergonzosa semifinal de la Copa del Rey que se negó a jugar ante el Atlético de Madrid después de obligar a la plantilla a hacer el paripé.
Van Gaal fue la voz de su amo, como si el entrenador y el presidente fueran lo mismo, y de ahí que coincidieran en tantas cosas, sobre todo a la hora de combatir el cruyffismo, de inventarse un club y un equipo nuevo, de implantar su filosofía, sin atender para nada la identidad barcelonista. Si en su día fue recibido como un héroe, con el Camp Nou lleno y con el socio y el aficionado puestos de acuerdo por una vez y tres años después se largó como un villano, fue por haber dilapidar la fortuna sentimental azulgrana.
Ahora, en un acto de servicio al club, ha decicido volver, falto como está Gaspart de dinero, de autoridad, de jugadores, de compañía, de todo. Vuelve el Van Gaal plenipotenciario, y con su regreso se agita de nuevo el barcelonismo. Ya no es el mismo personaje de entonces, ni le avala el Ajax, ni mucho menos su paso por la selección holandesa, que no irá al Mundial, ni la plantilla azulgrana es la del año 1997, ni está Núñez en el palco sino que se sienta en la tribuna para hacer ver que nada tiene que ver con lo que pasa.
Hasta Gaspart ha dicho que Van Gaal está muy cambiado y que va a procurar llevarse bien con los chicos de la prensa, como si los periodistas hubieran sido su único problema cuando ya estuvo en Barcelona. Ni tampoco le exigen tanto como entonces. Lo único que sí le piden es que vuelva a ganar dos ligas seguidas y una Copa a cualquier precio.
Así de famélico se ha quedado el Barcelona con el paso del tiempo, esclavo de un entrenador con ganas de revancha porque unos cuantos voceros no le dejaron acabar su obra. Difícil lo tiene, y hay que ser comprensivos, porque Van Gaal se expone a ser el saco de todos los golpes y el depositario de los traumas de todo el mundo. Pero tiene todo el derecho del mundo a intentarlo de nuevo y a pedir a la gente que no sea intransigente si él deja de serlo. También Gaspart está legitimado para traerlo y Núñez a autorizarlo. Pero que nadie se lleve a engaño. Los intérpretes son los mismos de hace tiempo, de manera que si la obra se pudre que luego no culpen a los extras. Por eso, aunque sea sólo por eso, la hinchada le ha tomado cariño a Saviola, el único que no sabe nada de Cruyff, de Núñez, de Van Gaal, de Gaspart ni del Barça.
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