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Columna
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Religión

¿Debe tener valor académico la asignatura de religión? Sí, pero sólo en los planes de estudios de las escuelas de turismo. La verdad es que no se puede ser experto en turismo sin una sólida formación religiosa. El arte de promocionar el patrimonio andaluz necesita de un altísimo conocimiento de milagros, apariciones, romerías, ermitas y cruces. Aunque algunos ciudadanos progres defiendan la Semana Santa por su valor antropológico, el completo aprovechamiento de la oferta exige erudición clerical y sabiduría bíblica. Los japoneses, los suecos y los bomberos norteamericanos entenderán mucho mejor la plenitud fervorosa de las calles de Andalucía si un profesional les explica el significado de las palmas y la burriquilla, la última cena y la sonrisa de Judas, el prendimiento, la corona de espinas, los clavos y el dolor de una madre que engendró a su hijo sin amor ni violencia doméstica, gracias a la acción blanca del Espíritu Santo, que ocupa el espacio centrista en el misterio de la Santísima Trinidad.

La modernización de Andalucía se ha convertido en un baile de sevillanas y, cumplidos los movimientos de la primera, estamos a punto de acometer la segunda. A ver si los políticos de Granada espabilan y llegan por lo menos a zapatear la cuarta. En cualquier caso, todo depende de que los alemanes y los canadienses entiendan nuestra identidad, y vengan aquí a gastarse el dinero. Y para eso es fundamental que los promotores sepan exponer la lógica de las carretas del Rocío, la emoción que conmueve a los caballos de las marismas, la raíz esencial que justifica el salto de la verja y el clamor sudoroso de la Aldea.

Convertida en identidad andaluza, la religión es equiparable a los gauchos argentinos, a los rascacielos de Manhattan, a la guardia real londinense o a los palillos de la comida china. Los viajeros se desplazan para descubrir las realidades pintorescas del mundo, y da igual la histeria delante de un santo que el ketchup de una hamburguesa.

No hago bromas, ni intento ser irreverente. Quiero decir que en el territorio de la religión se comprueba perfectamente uno de los problemas dobles, igual que los sandwiches, que afectan a la realidad contemporánea: no sólo la trivialización caricaturesca de las identidades, sino la distancia abierta entre la identidad y la conciencia. La religión es hoy un problema de identidad, no de conciencia, y por eso el Gobierno del Partido Popular está interesado en ella, para oponerla a los moros que llegan de África o a los rojos que se mantienen en la fe laica de los espacios públicos. Frente al vacío de la pura conciencia, la religión participa de la dinámica de la identidad que nos hace comulgar con ruedas de molino.

Si lo comparamos con los ejércitos de Israel o con los bombarderos norteamericanos, el existencialismo europeo fue una manera digna de salir de la catástrofe. La identidad patriótica o religiosa hace que los fundamentalistas árabes, los fundamentalistas judíos, los fundamentalistas norteamericanos y los vascos sin fundamento sean antes feligreses que personas con conciencia. Por lo menos los andaluces exaltamos a un dios que murió, no a un dios que mata.

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