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Reportaje:

Aire fresco para Moros y Cristianos

Un encuentro en Benalauría (Málaga) intenta reavivar una celebración que lucha contra el declive en Andalucía

Unos cincuenta pueblos andaluces celebran cada año la fiesta de Moros y Cristianos. Algunas de estas jaranas gozan de buena salud. Otras alcanzan un declive que se convierte en irreversible en ciertos casos, según el profesor y estudioso de esta tradición, José Antonio Castillo, uno de los impulsores del I Encuentro de Fiestas de Moros y Cristianos de Andalucía, que se celebra en Benalauría (Málaga) este fin de semana. Este foro, con vocación académica, nace para recoger las singularidades de cada pueblo a la hora de conmemorar el destierro de los árabes tras ocho siglos de ocupación.

Las diferencias entre las fiestas que tienen lugar en Levante y las que ocupan territorio andaluz es la característica de los propios pueblos que las albergan. En las provincias levantinas, se trata de pueblos, muchos de ellos ciudades, prósperos en lo económico y muy poblados, lo que convierte la conmemoración en alardes de escenificación, vestuarios y parafernalia estética digna de elogio. A diferencia de esta espectacularidad, en Andalucía es como 'un teatro callejero, un diálogo interpretado por unos actores', señala Castillo.

Los pueblos andaluces que tienen su cita anual con la historia de la estancia árabe no corren la misma suerte. En su mayoría se tratan de pequeños enclaves del interior -casi aldeas- demasiado humildes para la ostentación y, además, castigados por la despoblación y el desarraigo. Estos factores que suscribe José Antonio Castillo provocan un 'compás de espera en el que encontramos celebraciones con un deterioro imparable y otras zonas en las que se lucha por no perderla', puntualiza. Castillo reclama mayor apoyo económico para evitar dicha tendencia.

El encuentro de Benalauría pretende esbozar las particularidades de ocho pueblos andaluces: Benamahoma, único pueblo que lo celebra en Cádiz; Benadalid, Benalauría y Alfarnate, las tres fiestas que quedan en Málaga; Carboneras y Alcóntar (Almería); y, como ejemplo de la prolífica Granada, Zújar y Cúllar-Baza.

El origen de esta celebración en Andalucía se sitúa en el siglo XVI. Surgió, según los expertos, para combatir el miedo que provocaba la presencia de piratas árabes en las costas, una zona donde en aquel entonces era difícil desterrar el pavor de imaginar nuevas sublevaciones.

El guión de estas fiestas suele ser similar: comienza con la ofensiva de los árabes, que capturan al patrón o santo del pueblo por el que piden un rescate. A partir de ahí, cada pueblo cuenta con sus particularidades. En Benalauría, por ejemplo, los textos hablan de un intento de pacificación de los cristianos para recuperar a Santo Domingo de Guzmán, pero acaba en fracaso. El fin de la negociación da pie a la lucha.

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'En Benalauría hemos querido dar un rigor histórico y hemos reformado el texto para entroncarlo con la rebelión mudéjar en la Serranía de Ronda', explica José Antonio Castillo, que no considera que la fiesta como una mofa hacia quienes habitaron la península durante ocho siglos y luego fueron expulsados. 'Más bien es una confirmación de un pasado que no siempre estuvo marcado por lo bélico', apostilla. Una prueba de que la fiesta de Moros y Cristianos en de Benalauría no busca ahondar en la herida es que la mayoría de los que participan prefieren disfrazarse de árabes.

La profesora de Estudios Andalusíes de la Universidad de Abd Al-Malik de Tetuán (Marruecos), Miluda Hasnawi, aportó el enfoque musulmán de las jornadas: 'No todo han sido batallas. La coexistencia pacífica se rubricaba con las campanadas de las iglesias que se confundían con la llamada del muecín desde el minarete'.

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