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Columna
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El gran domingo

Mañana, en Francia, puede ocurrir de todo. Pero, en cualquier caso, mañana domingo será el comienzo de un replanteamiento político europeo que marcará una época para todos nosotros, sin posibilidades de mirar hacia otro lado o decir que aquí no pasa nada. El triunfo de Le Pen es impensable, salvo que a uno le gusten las películas de catástrofes y terremotos. La victoria de Chirac tiene un sabor amargo y una digestión pesada, porque será muy difícil ponerse de acuerdo en la distribución del éxito y en el reparto del poder público. La cohabitación se presenta ahora con toda su riqueza y matices de significado.

La primera consecuencia no es la insoportable levedad del ser, sino la insufrible ligereza de las encuestas de opinión. Hace ya tiempo que se veía venir, que las predicciones eran más casuales que reales, porque las opiniones actuales fluctúan en tiempo real y no al ritmo de los sondeos y las estadísticas. Ahora los políticos tendrán que desconfiar más que nunca de su herramienta favorita y enfrentarse a un problema nuevo. Ya no es la opinión del momento lo que les debe preocupar, tienen que intentar comprender lo que piensan los ciudadanos, un pensamiento cada día más crispado, distanciado de la política tradicional y muy preocupado por los problemas reales y cotidianos. Necesitarán nuevos asesores para enfrentarse a los nuevos problemas.

¿Por qué se desdibujaron tanto las fronteras de Chirac y Jospin ante el electorado? Posiblemente porque ofrecían cosas distintas pero pensaban con las mismas categorías políticas. La conversación telefónica entre Fox y Fidel Castro, ofrecida hace unos días por la prensa, es un ejemplo perfecto. Al margen del contenido político, ambos coinciden en las mismas preocupaciones: ser más o menos amigos, hacerse o no favores y temer al escándalo. Una cohabitación perfecta entre dos líderes muy distintos. Cuando la logística de los políticos coincide, pierde credibilidad pública la diferencia de programas.

Recibieron muchas críticas todos aquellos que durante los últimos años afirmaban que cada día era más pequeña la diferencia entre izquierda y derecha, además de que también era una dimensión insuficiente para explicar la complejidad de las sociedades actuales. Pues bien, el gran domingo francés convertirá la idea en realidad cuando unos y otros agarren con sus manos la misma papeleta de voto. Ahora sí, ahora ya es cierto que necesitamos más perspectivas para comprender y enfrentarnos a una nueva sociedad.

Más claro todavía. No es suficiente que Zapatero acorte distancias con el PP, con el riesgo añadido de parecer equiparable, sino que tiene que distanciarse más de la vieja política. En caso contrario también puede surgir nuestro gran domingo en el horizonte político. Y si eso ocurre, ¿seguirá Aznar inamovible en sus decisiones personales de futuro? ¿Cambiarán también la estrategia aquellos que le acompañan? ¿Aumentará el atractivo de las opciones localistas y del populismo oportunista?

Ya no es cierto que el séptimo día sea para descansar después de una larga semana de trabajo. Hoy no me puedo levantar, el domingo francés me dejó fatal.

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