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Crítica:CRÍTICA | DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Viaje corporal a la reflexión

Las tendencias actuales en la danza contemporánea navegan entre una serena introspección y el viaje a lo reflexivo, amén de la exigencia física, la buena preparación en lo técnico. El programa doble del Rialto de anteayer lo pone de manifiesto.

En la primera parte Vicente Sáez hizo su Solo/Fénix, donde ha ido todo lo lejos que se puede en la búsqueda de su equilibrio interior y artístico. Son casi 20 años de experimentación en el solo y su posibiliter expresivo. Sáez entre 1985 y 1987, ya sobriamente vestido de negro y blanco bajo luces cenitales, perfiló y comenzó a mostrar sus solos. En Reggio Emilia en 1988, durante el festival Bailar España, despegó definitivamente en su carácter solista. Luego la historia ha sido escrita de otra manera, pero el hecho es que entonces la crítica italiana Marinella Guatterini le comparó, salvando las distancias, con Gades y Escudero: sobriedad, porte severo, geometría cortante. Y hoy el valenciano se mantiene fiel a sí mismo y este Fénix cierra un círculo, es una cristalización en el estilo, la dinámica y el enlazado de las evoluciones, donde Sáez goza de su giro rápido, hace guiños a la danza hindú y al tardomaquinismo de Ted Shaw (habría que revisitar los filmes mudos de los años veinte con esas creaciones del norteamericano y su ballet masculino).

Ahora Vicente es un artista maduro que lleva la escena a su terreno de ritualidad y donde cualquier intento de acercamiento ontológico es innecesario: él está pegado a la tierra y su buen hacer le justifica. Como única escenografía, un signo del abecedario jemer que en su críptico simbólico da una pauta de sus intereses trascendentalistas.

El circo de la vida

La segunda parte trajo hasta este escenario a un prometedor tándem: Rafael Pardillo y Emilio Urbina, madrileños asentados en Francia, esta vez acompañados en escena por una bailarina. El trío habla del circo de la vida, en un fragmento lleno de dura poesía, sexo soñado y deseo de invasión de esa secreta intimidad. Una mujer espera y llegan visitantes ¿de otro planeta? Bueno, al menos de otro 'sistema de representación'; luego ella (que hace una soberbia variación de danza pura) se vuelve charnela de esas fantasías entre dos hombres, de los encuentros de la bestia de la carne con el fantasma del éxtasis.

Los impactantes cortes de luz (intermitencias del corazón, pálpito) que absurdamente parte del público interpretó entre risotadas como 'problemas técnicos', aceleraron el ritmo golpeante de la propuesta. Un hombre elegante, de blanco, reparte las frutas de la tentación, las saca aún húmedas de su boca y las ofrece. Ese príncipe del deseo, a la vista de todos, se cambia al negro y se integra en el inferno final, donde se juega temerariamente con el fuego.

El trabajo corporal de Urbina y Pardillo se basa ejemplarmente en una seria preparación de la maquinaria; es decir, del cuerpo. Es así que en ellos se reparte, con amable armonía, fuerza y baile. Cuando bailan, parece que no pesan; cuando luchan, recuerdan a gladiadores; cuando están quietos, saben que sus fosas ilíacas son las mismas del Hermes Capitolino. El hábil uso de la prestidigitación es otro punto a su favor y a esa manera que tienen de fascinar al público. Los aplausos calurosos lo atestiguan.

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