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Cumbres y más cumbres

La construcción europea va hacia adelante con el ritmo indispensable para no ir hacia atrás. Que nos exhiban la guirnalda de poderes que ya ostenta la UE, con el euro en el centro. Responderemos que son muchas décadas de trabajo y que a este paso, antes de tener perfilada una presencia bien unitaria en el mundo nos cogerán los toros y las tortugas. Quién sabe. Tal vez en Bruselas se esté operando la ley de Parkinson según Denis Gabor: crea una mesa de oficina que ella creará otra y esa otra, otra... Pero eso sería suponer que los managers han suplantado a los políticos y la burocracia media a los managers. Antes de que nadie desentrañe los mecanismos del poder, éste andará sólo, obediente a sus leyes intrínsecas y sin conciencia de las mismas ni de nada.

Sin necesidad de decir oxte ni moxte, Estados Unidos preside todas las cumbres europeas; pero, terrorismo mundial aparte, a la superpotencia parece interesarle más Asia que Europa, lo que podría ser funesto para ambos lados si se consolidara como estrategia de futuro. Lo que nunca consiguió la Iglesia, estar en todas partes, menos lo puede conseguir un único país; y si la política de bloques suena de lleno a siglo XX es porque en el siglo XX estamos y con muchas reminiscencias del XIX. Bien está que pensemos en términos de gobierno mundial, de sociedad global, de diversidad en la unidad subyacente, de desarrollo económico a escala planetaria y de gran cadena del ser. Bien está no sólo que pensemos, sino que actuemos con las miras puestas en todo esto, pero sin perder de vista el peso contundente de la inmediatez. Estados Unidos tendrá que estar consciente de que su destino va unido al de Europa, por obvias razones de afinidad cultural desde el principio sostenida. Europa, por su parte, no necesita que le recuerden verdad tan notoria, pues la lleva dentro hasta el exceso. Por eso las cumbres europeas son lo que son y serán lo que serán. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.

El capitalismo no será eterno y algunos importantes analistas norteamericanos nos han informado de que el sistema está ya, en realidad, en fase de transición; y por paradójico que parezca, nos han 'demostrado' que las multinacionales son el instrumento de esta metamorfosis; el cómo y, aproximadamente el cuándo de este prodigio, es asunto que no sabría explicar en un párrafo, de modo que intentaré dedicarle un artículo, así recuerde al pintor de Orbaneja. Hoy por hoy, los cimientos del capitalismo parecen hundirse en la humanidad con más firmeza que Sansón con los filisteos y ya sabemos todos qué pasó. La columna vertebral de Adam Smith es todavía piedra berroqueña, pero la mano invisible ha dejado de serlo, si bien en unas partes se ve más que en otras y de eso es lo que se trata, del grado de visibilidad de esa dichosa mano. Smith y muy poco después Malthus y el todavía más sombrío Ricardo tuvieron una acogida triunfal -corroborada por Herbert Spencer- en Estados Unidos y ahora nos son devueltos vía el arco Londres-Madrid-Roma. No se estrenó este arco en la cumbre de Barcelona, pero es donde más se le vio el plumero y donde más produjo la impresión de tener acorralado el eje París-Berlín. Con todo, el eje resistió, aunque como la Iglesia ante las embestidas de Voltaire. Esa impresión tuvimos y perdura, si bien nos decimos que Francia es mucha Francia y Alemania mucha Alemania y que Londres es un último destello. Pero, ¿acaso Londres es cabeza de puente y Madrid y Roma puestos avanzados? ¿Es eso todo? ¿No está Europa entera minada por la fascinación que produce Estados Unidos?

La productividad en Estados Unidos es superior a la europea en un 38%. Así, nos decimos, no vamos a darles nunca alcance, sino que el foso se irá haciendo más ancho y más profundo. Esta falacia se repitió antes, durante y después de la cumbre de Barcelona. Sus propagadores saben que es falacia, pero saben también que suena en oídos embrujados. De modo que el camino está expedito para la adopción, punto por punto, del modelo norteamericano. Al cual nada tenemos que objetar, mientras no trascienda lo que parecen ser sus fronteras naturales. Parece ser, en efecto, que al estadounidense medio le va el modelo neoliberal: menos impuestos, menos servicios, mayor flexibilidad y movilidad laborales. Más individualismo, menos arraigo. Para el norteamericano, la familia es lo que al caracol la concha. Eso se explica, tal vez, por el hecho de que Estados Unidos es un país sumamente homogéneo, de 'patria grande' y way of life uniforme. Kansas o Denver, qué más da. Allí la identificación colectiva es un hecho 'natural'; en Europa, no. Existe un modo de vida estadounidense y muchos modos de vida europeos, si bien estos últimos tienden a la homogeneización. Por otra parte, el ciudadano de Estados Unidos valora mucho el 'valerse por sí mismo', mientras que el europeo quiere sentirse arropado; y cuando falle la familia y las amistades, consuela, incluso anímicamente, la sombra protectora de papá Estado. Dígase sin reparos, dígase sin timideces ni vergüenzas. Somos seres desvalidos, queremos al menos morir entre paredes y entre manos que sean sombra ilusoria de amor. Por razones históricas obvias, entre nosotros pervive un destello de lo mejor de la tradición medieval, la del justo precio y el justo salario, la de los gremios, la parroquia y la familia extendida.

Bien está Estados Unidos con su modelo y bien Europa con el suyo; a la postre, todo es capitalismo. ¿Es más productivo el norteamericano? He ahí el corazón de la falacia. Pues si lo es, ello es debido a factores tan obvios como un mayor uso de la tecnología más moderna. Ahora bien, ¿se desprende acaso de ahí una diferencia en el modelo o sólo en el método? ¿Acaso los servicios sociales hacen imposible la innovación tecnológica y su aplicación? Naturalmente que no. ¿Está el mercado estadounidense mejor regulado que el europeo? Digamos que sí, a pesar de Enron y, lo que es peor, de Arthur Andersen. Pues adoptemos aquí normas, directivas, reglamentos, legislación. Copiemos hasta el etiquetaje, si es que es mejor el de ellos. Eso en muy poco, por no decir en nada, afecta a la esencia del modelo; en cambio, contribuye al aumento de la productividad. ¿Movilidad laboral? ¿Otro gato por liebre? También eso tendremos que dejarlo para cuando haya espacio. Miga sí tiene el asunto.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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