Musharraf se plebiscita
Tras su golpe de Estado incruento en 1999, Pervez Musharraf se comprometió a celebrar elecciones parlamentarias en Pakistán a más tardar en octubre de 2002. El dictador mantiene su promesa, pero antes ha prorrogado su presidencia durante cinco años más -hurtándosela al futuro Parlamento- mediante un referéndum sin ninguna credibilidad, trufado de irregularidades, cuyos resultados aplastantes se difundieron ayer oficialmente. Casi el 98% de los votantes, en una participación histórica en el país musulmán de más del 70%, le han dado el sí.
El general Musharraf, popular en amplios sectores sociales, no ha podido sucumbir a la tentación de plebiscitarse para conseguir de sus conciudadanos -mediante un proceso dudosamente representativo- la legitimación del poder que no le han dado las urnas. El Gobierno civil que salga de las elecciones de octubre, si finalmente se celebran, estará de hecho controlado de antemano por la presencia en la jefatura del Estado, y al frente de un órgano supremo denominado Consejo de Seguridad Nacional, por el militar que asegura la 'unidad de mando' en Pakistán, un país explosivo y pobre de 140 millones, traspasado por una inveterada tradición de corrupción y despotismo por parte de sus gobernantes, civiles o militares.
El referéndum de Musharraf -la capciosa pregunta a consulta hacía prácticamente imposible responder no- habría sido impensable si éste no se hubiera convertido después del 11 de septiembre en uno de los aliados clave de Estados Unidos en su estrategia global antiterrorista. Su promesa de eliminar a los dinamiteros islamistas en Pakistán, promesa que los hechos van desmintiendo progresivamente, es música celestial a los oídos de Washington, que ha perdonado a Islamabad las sanciones por dotarse de armas nucleares y facilitado la renegociación de su voluminosa deuda. La Casa Blanca no ha alentado la triunfal consulta del martes, pero ha mirado hacia otro lado.
Puede que EE UU prefiera tratar con un aliado receptivo en su cruzada contra Bin Laden y los talibanes, aunque debería haber aprendido de sus fiascos las consecuencias de hipotecar sus objetivos a largo plazo por exigencias de la agenda política inmediata. Pero Musharraf, si la corta historia independiente de su país le enseña algo, se equivoca en su pretensión de legitimarse o estabilizar Pakistán por vías extrademocráticas. A los dos generales que lo hicieron antes, Ayub Khan y Zia Ul-Haq, sus victoriosos plebiscitos no les sirvieron de mucho.
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