La amenaza horizontal
Un fantasma recorre Europa. En las calles de París una pancarta grita en español: 'No pasarán'.
También en Paris, el académico Jean Delumeau está sorprendido por las llamadas que recibe desde el 11 de septiembre acerca de su obra El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada.
El fantasma aún no tiene un nombre; porque tiene varios. El 11 de septiembre su nombre era Terrorismo. Hoy en las pancartas de París es el Fascismo. Pero los doscientos mil franceses más que han votado a Le Pen en estas presidenciales temen a su propio fantasma: el Extranjero que les invade. No sé cuál de estos nombres definirá mejor estos comienzos de siglo en la historia futura. Solemos aferrarnos a nombres del pasado para conjurar el miedo presente. El miedo: éste sí es un sentimiento concreto y conocido.
Un poco de paciencia; que venceremos a Le Pen el domingo y se civilizarán algún día hasta los vascos
-¿Se siente usted amenazado, acaso?
-Oiga. No es que 'me sienta'; es que lo estoy. ¿No ve usted a esos que vienen a por mí?
Donde he escrito 'esos' agréguele el sustantivo que más le disgusta. Le propongo una lista de opciones: kamikazes palestinos, tanques israelíes, inmigrantes magrebíes, fascistas de Le Pen, etarras, mis vecinos chivatos de la puerta de al lado. Los alumnos psicópatas a los que suspendí el año pasado...
El subtítulo de Delumeau, una ciudad sitiada, me lleva al suceso histórico que da título a esta columna (Crónicas del sitio). Mañana es 2 de mayo también en Bilbao. Por las escaleras de Mallona volverá a subir la procesión cívica hasta el lugar donde se construyera el Mausoleo a los Auxiliares. Será la quinta generación que lo hace desde aquel 2 de mayo de 1874.
Entonces, el ejército republicano levantó el sitio que la milicia carlista mantenía sobre Bilbao desde meses atrás ('El veintiuno de febrero/ cargó el carlista el mortero'). El Monumento quiso expresar el esfuerzo de los liberales doctrinarios por hacer de Bilbao una ciudad libre, tolerante y en concordia civil. Quizá Bilbao haya dejado ser una ciudad de liberales sitiados por el carlismo. Pero en esta ciudad sigue habiendo demasiados ciudadanos 'auxiliares' cercados por la barbarie de los entusiastas del 'color' y el 'grito'.
En el funeral de Fernando Buesa, la hermana de un político con escolta me decía indignada: 'No se puede vivir así las veinticuatro horas del día'. Pero vaya si se puede, cuando no queda otro remedio. O acaso sí quedan otros remedios: puede uno exiliarse. Puede uno votar a Le Pen para que no vengan los moros, o al PNV para que no venga Mayor Oreja.
El miedo lleva a algunos animales al suicidio. También a los humanos. Pero a éstos les gusta llevarse a otros por delante antes de pegarse un tiro, como el mal estudiante de Erfurt.
Hoy, el miedo a la libertad se vive como una amenaza horizontal. Me siento amenazada por el del chándal con quien comparto la cola del supermercado. Siento que quiere penetrar en mi terreno, a la vez que siento el vértigo (un deseo y un temor) a incluirle en mi vida. Entonces llama a nuestra puerta televidente el 'orden vertical' de obediencia y disciplina: sea el Estado, la Iglesia o el Batzoki, que son nombres distintos para un solo Padre verdadero.
La democracia está bien, siempre que ganen los nuestros. Y si no ganamos esta vez, al menos que me quede una esperanza de ganar la próxima.
Pero si no me ha de tocar nunca, ¿por qué no dejar que otro se ocupe? En vez de delegar temporalmente con mi voto, entrego mi libertad a una lucecita encendida en la ventana de El Pardo o de Ajuria Enea.
Antes de decidir que yo naciera, mis padres habían tenido que resistir dos dictaduras: una, orgullosa de su hazaña -la española- y otra vergonzante tras la derrota -la francesa de Vichy-. En ambas situaciones conocieron mucha gente que se plegaba al orden imperante para que los de arriba decidiesen de sus vidas. Ante la imposición asimétrica y vertical surge el miedo pero también la rebeldía. Y más tarde o más temprano se derrumba el tinglado fascista, vaticano o comunista. Las cosas se disponen un poco más horizontales, más iguales, más fraternas y más libres.
¡Oh, ven a jugar conmigo, hermano lobo! Y el hermano lobo le arrea entonces una dentellada a Francisco de Asís que le deja baldado.
Ahora vuelve a comenzar el ciclo. Un poco de paciencia, que venceremos a Le Pen en la segunda vuelta y se civilizarán algún día hasta los vascos. Aunque, entre tanto, seguiremos mirando bajo el coche. Por si acaso.
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