Pam de Nas, en París
Cuando me quedo en blanco delante del ordenador, sin saber qué escribir, me cuelgo de una torre Eiffel de medio palmo, regalo de un amigo de juventud, que tengo al lado del lapicero y que me transporta más allá de mi estudio. No obstante, de vez en cuando hago la maleta y me voy, literalmente, a París.
París, estos días pasados, resaca electoral al margen, no era una fiesta. Las calles estaban desiertas, el ruido de los coches era imperceptible y siempre encontrabas sitio donde comer: los franceses saben vivir y cada dos meses se toman una semana de vacaciones que aprovechan para largarse de la ciudad. Con esta tranquilidad he paseado por calles y bulevares -los de siempre-, por cementerios llenos de artistas que crean culto, por museos y exposiciones que hay que ver, pero también por barrios mucho menos turísticos, donde todo el mundo es africano, las mujeres visten de mil colores y se sientan en las aceras a hablar con las vecinas, y compran carpas españolas en pescaderías al aire libre y unos tubérculos carnosos que traen en camiones y venden en medio de la calle. Allí se come un potente cuscús por seis euros -una ganga en esta ciudad de ricos- y se juega al millón en la máquina de toda la vida y se bebe té con menta y se oye música rai. Aunque, con el aire que están tomando las cosas, en este país quizás todo esto desaparezca o este barrio se convierta en un gueto, cosa que prácticamente ya es.
En París existe una librería dedicada al libro catalán: se llama Pam de Nas y cae cerca de la Maison de la Catalogne
Fue así, caminando, como me encontré con una librería catalana. Se llama Pam de Nas y está en el barrio de Saint-Germain-des-Prés. De entrada se me antojó un hallazgo del calibre de las carpas españolas o la máquina del millón. ¿Quién podría dedicar su tiempo a difundir la literatura catalana? ¿Sería un catalán con más moral que el Alcoyano? ¿O quizá un francés enamorado de esta tierra? ¿Un nostálgico? ¿Un soñador? Era domingo y estaba cerrada. Me carcomía la curiosidad, así es que volví al día siguiente. En el escaparate había una traducción al francés de El mar, de Blai Bonet, y una antología de cuentos de Rodoreda en catalán. Entré. La tienda es de lo más minúscula, hay libros por todas partes y el dueño, sentado al fondo, detrás de una mesa -también llena de libros-, apenas era visible.
Jean-François Coche es un parisino de toda la vida, un hombre tranquilo y afable, sin prisas; sonríe a menudo y no parece ansioso por vender, sino por hablar. El interés por la cultura catalana y provenzal le viene de su estancia en un pueblo de Lleida, donde hizo las prácticas de sus estudios agrónomos. Empezó con libros en catalán y provenzal, pero vista la poca demanda se abrió al libro viejo, que compra a exiliados, aunque, dice, la mayoría de las bibliotecas catalanas han regresado a su lugar de origen. 'Esa librería no es un negocio, sino una presencia', afirma sonriendo. Él es el único en París que se dedica a vender libros en catalán. '¿Quién se atreve a montar un negocio así?'. Jean-François lo pinta muy negro, pero resulta que en septiembre Pam de Nas celebrará sus 25 años.
Al poco rato de hablar entra una chica para pedir un vocabulario provenzal. Jean-François no está muy seguro de encontrarlo, pero aparece en una caja. Encima de la mesa central veo la Obra poètica de Pere Quart, un Verbàlia de Màrius Serra y Contes de Jesús Montcada. 'Montcada tuvo mucho éxito con Camí de sirga'. Otro libro estrella ha sido la traducción de La plaça del diamant, que ya lleva tres ediciones. Ahora, gracias a las obras de teatro que llegan a París, también vende a Belbel, Cirera, Benet i Jornet... Le pregunto quiénes son sus clientes y me contesta que los catalanes que viven en París no acostumbran a leer en catalán. 'De hecho, no sé si leen nada...', comenta divertido. Y a los franceses no les despierta mucha curiosidad la literatura catalana. Visto así, bajo su punto de vista, todo parece bastante desastroso, pero el flujo de gente que entra y sale de Pam de Nas, o simplemente se detiene ante el escaparate, demuestra que alguna curiosidad despierta el libro en catalán y provenzal.
De lo que más se queja Jean-François es de los traductores franceses. 'Muchos traducen con la ayuda de la versión castellana y los errores son garrafales. A veces se trata de profesores de la Sorbona que traducen con dinero público. Quizá ahora se ha mejorado; pero, por ejemplo, durante 20 años hemos sufrido el diccionario francés-catalán de la Enciclopèdia Catalana, que era un auténtico desastre. ¿Quién se puede interesar por la literatura catalana si las traducciones son ilegibles?'. Ahora ha aparecido un diccionario nuevo en el que, dice él, no ha podido aprovecharse nada del antiguo, de tan horroroso que era.
Será por casualidad, pero Pam de Nas está situado muy cerca de la Maison de la Catalogne, uno de esos inventos -como el Premio Catalunya- que nos cuestan millones sin saber muy bien para qué sirven. Lo de la Maison de la Catalogne es de juzgado de guardia, que diría mi padre: un edificio del siglo XIII que ocupa casi toda la extensión del pasaje, con un restaurante, un centro de información turística y sala de exposiciones. Cada vez que he pasado por allí se ve desierto. Los que han comido allí dicen que no volverán, etcétera. Jean-François también opina, pero ya no me queda papel. Él es más útil que la Maison y todos los premios.
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