_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El lápiz azul de Miquel Barceló

Monika Zgustova

'Miquel pintaba desde muy pequeño', me cuenta durante la cena, orgullosa, la madre del pintor Miquel Barceló, cuya exposición Mapamundi acaba de inaugurarse, esta tarde de abril, en la Fundación Maeght de Saint-Paul-de-Vence, cerca de Niza. Es una gran exposición que recoge unas 130 obras, desde los últimos años ochenta hasta la actualidad. Ahora, mientras cenamos, escucho los comentarios de los amigos y colaboradores de Miquel venidos para acompañar al pintor desde Mallorca y Barcelona, y sobre todo escucho a su madre.

Mientras oigo su dulce deje mallorquín, me imagino la arena de Mallorca y un niño que allí juega con las pequeñas piedras de la playa, las observa, bañadas en el sol, y las mezcla con los granos de arena para luego sumergirlo todo en las olas del mar; entonces el niño contempla incrédulo la metamorfosis que se produce bajo el efecto del agua: húmedas, las piedras grises adquieren colores vivos y un brillo que recuerda la superficie plateada de un pez. Después, en casa, el niño traspone la imagen de las piedras y su modesto misterio en su cuaderno de dibujo. Y Miquel Barceló sigue pintando hasta hoy las transformaciones de la tierra bajo los efectos de la luz deslumbradora. Pinta lo eterno (el cielo) y lo inmutable (la tierra).

Miquel Barceló ha inaugurado exposición en Saint-Paul-de-Vence. Su madre evoca a un niño que jugaba con piedras en la playa

Mujeres con niños, un pez azul, una gorila blanca, un oso herido, las entrañas del mar, los libros del pintor... Pienso en todos esos cuadros que he visto esta tarde en la Fundación Maeght, un edificio del arquitecto catalán J. M. Sert, algo parecido a la Fundación Miró de Barcelona. Un barco bajo la lluvia, un jarrón griego, una plaza de toros, un mapamundi donde los continentes son cráneos... Entonces recuerdo una anotación que el pintor inscribió en su dietario: 'Dispongo unos objetos por orden de antigüedad: un fósil de pez, una punta de flecha de sílex, una figura votiva ibérica, una botella de viejo Calvados, una rosa. Aprecio el resultado, pero evito cuidadosamente sacar de ello una conclusión cualquiera'. Un apunte, un poema: la historia hecha poesía, la pintura como forma poética de conocimiento.

Mientras tomo una copa de vino de Provenza con la cena, pienso que así es el mundo de Miquel Barceló: lo perdurable junto a lo pasajero, el techo de una cueva prehistórica junto a unas granadas abiertas y fresquísimas. Es el universo de lo elemental: la lluvia, la luz deslumbradora, la tierra violada por el sol, el río, la barca, el asno, un plato con un pez, el trabajo de la gente, una cabra. El cielo eterno y la tierra inmutable. Lo lleno y lo vacío. La nobleza de lo cotidiano. La riqueza de la pobreza extrema. Los extremos que se confunden.

En el universo de Miquel Barceló todo está en una metamorfosis constante: el espacio cerrado de una plaza de toros, donde se resuelve el dilema esencial de la vida y la muerte es a la vez un tazón de sopa y un plato de paella -alimento esencial-, y éste se metamorfosea en una biblioteca circular con sus paredes tapizadas de libros, alimento esencial a su vez. Escenarios cerrados como la mente humana. 'Si quieres disfrutar del mundo, no salgas de casa', dice la máxima de un filósofo de la antigua China. Esta paradoja podría aplicarse al mundo de Miquel Barceló.

Barceló es el pintor de lo complejo en su extrema sencillez, el poeta de las metamorfosis, el pintor de nuestra herencia más antigua: el toro y el pulpo y el círculo, lo ondulado, lo eterno y cambiante, como en las Metamorfosis de Ovidio, como en las imágenes de la cultura minoica. El toro, animal de culto de los antiguos cretenses, el toro que raptó a Europa y la trasladó en su lomo de Asia a la isla de Creta: Gran animal europeu, titula Barceló uno de sus retratos del toro.

La inauguración de la exposición ha reunido, en este maravilloso y pictórico rincón de la Costa Azul, a gente de todo el mundo. Y también a varios amigos barceloneses y mallorquines del pintor. El escritor Biel Mesquida y el periodista Andreu Manresa describen uno de los últimos trabajos de Barceló, el encargo hecho por el obispado para pintar la capilla de Sant Pere de la catedral de Palma. Recuerdo, además, que antes de la cena el alcalde de Sant Miquel de Olérdola me ha contado un proyecto similar en la ermita de su pueblo. Pintar una iglesia, como los pintores renacentistas, como Giotto en Asís, como Piero della Francesca en Arezzo. Y me imagino el recogido espacio de una capilla lleno de peces azules y viejos asnos con ojos tiernos, de esa ensoñada fauna de Miquel Barceló.

'Desde muy pequeño Miquel leía mucho, y eran libros difíciles', cuenta su madre. Andreu Manresa añade: 'A los 17 años ilustró su primer libro'. Un ejercicio que Barceló continúa ahora con la ilustración de la Divina comedia, de Dante, para celebrar la fundación de Círculo de Lectores, en Barcelona, hace 40 años.

'Miquel, de niño, se puso a dibujar cuando me vio pintar a mí', confiesa la madre del pintor. Pienso en el niño Picasso, cuyo padre le entregó sus pinceles cuando se dio cuenta de que el niño sabía más que él. Y me imagino a la madre de Barceló, esa tímida y dulce mallorquina, entregándole a Miquel su lápiz azul: para dibujar sólo lo esencial, para celebrar la bella y dolorosa complejidad de la vida.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_