Un día cualquiera
8.00 horas. Suena el despertador pero ya estaba despierto desde hace rato. Ese momento habitualmente delicioso de duermevela, en el que vamos poco a poco recuperando el mundo y cambiando los sueños privados de la noche por los sueños diurnos que compartimos con los demás, es hoy algo menos grato de lo acostumbrado. Ayer la Guardia Civil me telefoneó desde San Sebastián para comunicarme que habían encontrado mi 'ficha' entre otras del recientemente desarticulado comando Donosti. Porque se trata de una ficha más o menos en regla, la segunda que me abren en mi vida tras aquella ya remota de la policía franquista. Cuenta con una foto recortada de un periódico, mi dirección y algunas indicaciones sobre los lugares donostiarras por los que paseo de vez en cuando. También consta el cargo que se me imputa: 'malhechor'. Es una acusación imposible de refutar, porque a mi edad todos los hombres la merecemos, en un grado u otro. Pero mi alma novelera me hace sentirme un poco como Billy el Niño o Jesse James. Y también incómodo. No es lo mismo saberte genéricamente perteneciente a algún grupo de riesgo que constatar que los voluntariosos verdugos ya te tienen en la agenda. Como decía Luis Escobar en una de las 'Escopetas nacionales' de Berlanga al ver pasar a los antidisturbios con su parafernalia de cascos y escudos: 'Acojonan, ¿eh?'.
9.00 horas. Repaso a la actualidad a través de los periódicos y la radio. El resistible ascenso de Le Pen concita lamentos y diatribas. Los jóvenes que no fueron a votar el domingo (elections, piéges a cons!) se manifiestan ahora en las calles, indignados por lo que han votado los demás. Llamamientos a la unidad de los demócratas en la segunda vuelta para cerrar el paso a la Bestia renacida. La buena gente de izquierdas que votó ayer con los ojos cerrados tendrá que votar mañana tapándose la nariz. Suele pasar. El futuro sustituto de Jospin en el partido socialista recuerda que Chirac no es más que su adversario político, pero Le Pen representa un peligro para la república. Sin duda tiene razón. No oigo a nadie que preconice el diálogo con la ultraderecha francesa. En la SER, Sami Naïr señala que en el futuro habrá que replantearse las reglas de juego de la democracia, porque no todas las ideas políticas son admisibles y no se puede permitir que los sembradores del racismo o la exclusión tengan plataforma institucional para promocionarse. De modo que a lo mejor la VI República tiene que empezar redactando una nueva ley de partidos... En cualquier caso, visto desde la perspectiva vasca, el caso Le Pen no parece tan insólitamente grave. Sin duda es un nacionalista reaccionario y xenófobo, como Sabino Arana, con simpatías por la partida de la porra similares a las mostradas por Pete Cenarrusa en Idaho y un populismo totalitario que seduce a algunos descerebrados ex izquierdistas, como el de Batasuna. Pero aún no ha matado a novecientas personas ni ha hecho huir de Francia a unas cuantas decenas de miles más, como ha ocurrido en el País Vasco. ¿Se imaginan lo que sería Le Pen secundado por un grupo terrorista que asesinase a políticos de la derecha y de la izquierda opuestos a su ideario, a inmigrantes, a intelectuales disidentes, etcétera? Para los tranquilos europeos de allende nuestras fronteras representaría el horror supremo; para nosotros, aquí, puro déja vu.
10.30 horas. En los juzgados de la Plaza de Castilla. Tengo que presentarme como imputado en la querella que nos ha interpuesto a Jon Juaristi y a mí el periodista Xabier Lapitz, entonces subdirector de Deia, a raíz de una rueda de prensa en la que denunciamos sus artículos y los del director de la difunta Ardi Beltza, Pepe Rei. En ellos se hablaba de nuestra obediencia al Ministerio de Interior en maniobras antinacionalistas y se enumeraban las prebendas que habíamos conseguido por tal labor de zapa: en mi caso, válgame Dios, el puesto de vocal no remunerado en el Instituto Cervantes... Con tales bulos, dijimos entonces, se crea el perfil justificador que busca ETA para legitimar ante la afición sus atentados. Pero Lapitz, menos bruto que Bruto, es un hombre honrado y se sintió muy ofendido por lo que comentamos sobre él. Al día siguiente de la rueda de prensa salió en su defensa el ecuánime Iñaki Gabilondo, que nunca tuvo tiempo para denunciar en su programa las calumnias de su amigo que nos emparentaban a Jon y a mí con Galindo, ni más ni menos. Y ya tenemos la querella. Mi comparecencia judicial se limita a reconocer lo dicho y a ratificarme punto por punto en ello.
17.00 horas. Primera buena noticia de la jornada. Me telefonea un representante del partido radical italiano y transnacional para informarme de que en la última reunión celebrada en Suiza sobre Globalización y Derechos Humanos han decidido solidarizarse con la plataforma cívica Basta Ya. Envían comunicación de su acuerdo al gobierno y al parlamento vascos. Justamente hoy, cuando el periódico Gara publica sin demasiado dolor el siguiente titular: 'Descenso apreciable de la participación en las movilizaciones en contra de ETA'. Y entrevistan luego a un representante de Gesto por la Paz, que lamenta la excesiva politización antinacionalista de Basta Ya, por lo visto desmovilizadora.
19.00 horas. Se me ofrece una convocatoria cultural de irresistible atractivo, a la que lamento no poder asistir. En un ciclo de mesas redondas sobre Efectos colaterales de la guerra, van a hablar a dúo Pepe Rei y Eduardo Haro Tecglen sobre La sociedad de la (des)información. Dos expertos, disertando sobre su campo de estudio. Cuentan que cierto día Chateaubriand, viendo entrar en un salón al vetusto Talleyrand del brazo del cruel Fouché, comentó en voz alta: 'Ahí llega el vicio apoyado en el crimen'. Lástima que el vizconde no pueda estar tampoco presente esta tarde en Madrid para ver juntos a Pepe Rei y Haro Tecglen: seguro que se le habría ocurrido algún otro comentario ingenioso.
19.30. Visita crepuscular al médico, por problemas de hipertensión. El doctor me regaña amablemente al no verme suficientemente relajado. ¿Por qué no me relajo, caramba? Farfullo una disculpa sobre mis 'preocupaciones'. ¡Pero todos tenemos preocupaciones!, me dice. 'Vamos a ver, ¿qué le preocupa a usted, hombre?'. Repaso este día, repaso mi vida; luego suspiro: 'Pues la globalización y todo eso, ya sabe usted'. El galeno levanta las manos con las palmas hacia arriba, en un gesto de cómica resignación: '¡Es la vida moderna, amigo mío!'.
24.00 horas. Habrá que acostarse. Mañana será otro día.
Fernando Savater es catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.