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Tribuna:DEBATE
Tribuna
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La extrema derecha en Europa

El ascenso electoral de Le Pen en Francia ha desatado todas las alarmas. Un votante de cada cinco inclinándose hacia la extrema derecha. La reacción de estupor y condena de la Francia republicana y de la Europa democrática está más que justificada. Sobre todo, si se tiene en cuenta que está también Haider en Austria, los antiguos missinos de Fini en el Gobierno italiano o los recientes ascensos de la extrema derecha en Dinamarca u Holanda. Y, sin embargo, conviene no dejarse llevar por el pánico. Esta nueva extrema derecha no constituye una amenaza directa contra la democracia parlamentaria. Pero, ¿podemos estar tranquilos? No, porque el fenómeno es menos efímero y más preocupante de cuanto pueda parecer.

Lo que plantean estos movimientos es un embate a más largo plazo. Estos grupos recogen el voto del miedo, del desconcierto, de la inseguridad. Recogen reacciones reales a problemas reales. La globalización de la economía obliga a reajustes que tienen sus beneficiados y sus perdedores, los fenómenos migratorios comportan fenómenos de marginalidad que reactivan sentimientos xenófobos latentes, la clase política ha hecho mucho para labrar su propio desprestigio.

El referente nacional que ha funcionado siempre como un terreno-refugio para la seguridad se ve amenazado por unos procesos de integración europea no siempre percibidos como democráticos por la ciudadanía. Reacciones, pues, reales a problemas reales. La buena conciencia y la necesidad de frenar a Le Pen, exigen una respuesta inmediata. Es necesaria. Pero no suficiente. Los ascensos de la extrema derecha han respondido siempre a la incapacidad de las fuerzas políticas tradicionales para dar respuestas a problemas esenciales. Mucho debería reflexionar la derecha-centro política acerca de los mensajes que dirige a la ciudadanía; mucho la clase política acerca de las deficiencias y límites de las prácticas democráticas. Y mucho debe reflexionar también la izquierda sobre su pérdida de capacidad ilusionante. La penetración de Le Pen en feudos del Partido Comunista y el ascenso de las formaciones trostkistas, sólo tienen una cosa en común: ambos anuncian la crisis de la izquierda tradicional. Y sin embargo hay respuestas de izquierda, democráticas y progresistas a los viejos y los nuevos problemas. Se trataría probablemente de sacudirse la pereza intelectual y el conformismo latente para recomponer discursos coherentes y estimulantes. De lo contrario, podremos seguir parafraseando un viejo dictum, para decir, ahora, que el sueño de la izquierda produce monstruos.

Ismael Saz es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia.

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