La extrema derecha, entre la falta de apoyos y la atomización
La marcada agresividad y la fuerza del PP frenan su avance
A los grupúsculos de ultraderecha con representación en la Comunidad les ha faltado tiempo para insertar en sus páginas web efusivos mensajes referidos al triunfo que ha supuesto que Jean-Marie Le Pen se colara en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas dejando en el arcén al socialista Lionel Jospin. Expresiones como '¡Felicidades Jean-Marie!' o '¡Enhorabuena Le Pen!' acompañan las imágenes electorales del lider del Front National francés. Sin embargo, las similitudes entre la salud de la que goza la ultraderecha francesa y la española apenas van más allá de estas referencias mutuas. Es cierto que ambos se aferran a los mismos tópicos para tentar al electorado. Entre ellos, uno de los temas estrella es la inmigración. Bajo el lema 'los franceses primero', Le Pen alienta la prioridad en la contratación o en el acceso a servicios sociales de franceses frente a los extranjeros y aboga por poner fin a la llegada de inmigrantes o controlar sus asociaciones. En unos márgenes similares se mueven los ultras valencianos. En una manifestación convocada en marzo en el barrio de Russafa -en el que existe una elevada presencia de extranjeros- desfilaron bajo el lema Ruzafa limpia y alternaron gritos de 'Negros no', 'España no es un zoo', con saludos fascistas.
Otro de los lugares comunes que ambos movimientos comparten se refiere a la defensa de las esencias patrias. Le Pen ha explotado este aspecto con carteles en los que aparece al frente del timón de un barco, dirigiendo el rumbo de la nave, una metáfora de dudoso gusto sobre la dirección que necesita Francia. Y a través de alusiones a la grandeza del país, la defensa de su memoria y virtudes, por lo que aboga por la salida de Francia de la contaminante Unión Europea. A este carro se suman los ultras valencianos, en la manifestación convocada para el próximo sábado por España 2000 y Falange Española bajo el lema Por la unidad de España, ETA no. De nuevo, alertas ante las supuestas amenazas a la patria y a la pérdida de la identidad nacional sirven de reclamo.
Sin embargo, pese a emplear los mismos mimbres, el resultado en España y, en concreto, en la Comunidad, es muy diferente al francés. Según los especialistas consultados por este diario, son varias las razones que explican esta situación. De un lado, no existe un mapa de descomposición política de la derecha, como existe en el país vecino, que pueda dejar un hueco en el espectro político para que los movimientos más radicales puedan hacer cuña. La hegemonía del Partido Popular, con mayoría absoluta en los hemiciclos nacional y autonómico apenas deja grietas por las que puedan asomar las tendencias más ultras.
A ello se añade que los electores más moderados de la derecha, que en Francia se han sentido atraídos por la opción de Le Pen, tienen en España suficientes puntos en común con el Partido Popular como para darle apoyo en las urnas. No es menos importante otro factor: la radicalidad del discurso y la imagen que ofrecen los movinimentos españoles que, de nuevo, se explicaría por la unidad de la derecha en torno a los populares. No existe una cara moderada o suficientemente amable que atraiga a la parte del electorado popular más susceptible de caer en las redes de la extrema derecha.
Pero, por encima de estos aspectos se añade un hecho que asfixia las aspiraciones del movimiento de ultraderecha. El recuerdo del franquismo es una losa demasiado pesada para sus herederos. La imagen que se asocia al neofascismo, que puede tener un atractivo de corriente novedosa en otros países, se asocia en España a una vuelta al pasado y, de hecho, no son pocos los nostálgicos que acuden a las concentraciones que convocan. Un elemento más se une a este corolario de dificultades: la fragmentación del movimiemto ultra. Las opciones de extrema derecha se presentan troceadas a las elecciones y la relación entre ellas se encuentra mediatizada por desavenencias entre los distintos grupos, lo que hace extremadamente difícil que presenten candidaturas conjuntas que puedan encauzar todos los votos. De la división y el escaso apoyo electoral que recogen estos partidos dan cuenta las últimas elecciones al Congreso, en marzo de 2000. En la provincia de Valencia, de los 1.430.000 votos válidos, 542 apoyaron la candidatura de la Falange, 886 a la plataforma España 2000 y 325 a Falange Española Independiente-Falange 2000. Algo superiores fueron los resultados de los dos primeros en Alicante. De 800.000 votos, 650 apoyaron a Falange y 886 a España 2000. Un año antes, en las elecciones al Parlamento Europeo, los resultados fueron similares: Falange Española Independiente sacó 700 votos, Democracia Nacional 527, Falange Española 500 votos y Alianza por la Unidad Nacional 471. En total 2.198 votos de los 1.200.000 válidos emitidos, un 0,17%.
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