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Columna
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El mar de los muertos

El Mediterráneo es el mar de nuestra vida, pero en los últimos años también es el mar de la muerte. Junto a las mismas aguas que bañan Valencia y Marsella, han sido asesinadas más de 300.000 personas en apenas dos lustros. Tres focos tiene esta violencia masiva, uno por cada continente. La tragedia asiática sucede en Oriente Próximo. Es un conflicto muy conocido y antiguo, probablemente sin solución en varias décadas. Sobre todo después de que Arafat rechazara la última propuesta de paz israelita en Camp David, septiembre negro de 2000. Arafat estaba en su derecho de considerar inaceptable la oferta israelí, pero también sabía que en un proceso negociador nunca iba a obtener más de sus enemigos. Y fue por esa grieta de desesperanza por donde penetró Sharon. Primero con su estudiada ofensa en la Explanada de las Mezquitas. Ahora, con sus tanques en Gaza y Cisjordania; con las atrocidades de Yenín. El segundo foco del luto mediterráneo ha producido la mayor matanza de civiles en el corazón de Europa desde los tiempos de Hitler. Y los muertos, igual que en Palestina, son, sobre todo, musulmanes. Liquidados por los hombres de Milosevic. Llegados a este punto conviene hacer una parada técnica. Para recordar que, así como Sharon goza de justísimo rechazo por parte de la intelectualidad occidental, su colega Milosevic se benefició en su día del silencio cómplice de muchos de esos santones. ¿Tal vez valían menos los 200.000 cadáveres balcánicos, casi todos musulmanes, que los 3.000 palestinos caídos en Gaza y Cisjordania en los últimos diez años? El tercer foco de la muerte, el africano, produjo cerca de 100.000 víctimas inocentes, también musulmanas, en Argelia. Bandas de fanáticos, pero también el ejército y la policía causaron la extraña y horrorosa masacre. Debemos hacer algo para que no muera ningún mediterráneo más. Ningún musulmán, ningún cristiano, ningún judío, ningún ateo. Que nuestro mar común sea de paz y no de muerte. Y que el Foro en Valencia haya podido fortalecer esa esperanza, que hoy es poco más que un sueño.

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